Vivimos en una época maravillosa en la que, dentro de poco, seremos capaces de detectar vida en planetas extrasolares situados a años luz del sistema solar gracias a la observación de biomarcadores en atmósferas planetarias. Es decir, sustancias asociadas con la vida tal y como la conocemos, como por ejemplo agua, metano, óxidos de nitrógeno, oxígeno u ozono. Pero la misma tecnología que nos permitirá el estudio de biomarcadores en exoplanetas es capaz de ir más allá y, dentro de poco, seremos capaces de buscar tecnomarcadores. Esto es, pruebas de la existencia de civilizaciones tecnológicas. El concepto de tecnomarcador es una extensión de la tradicional búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) por ondas de radio, pero existen muchos tipos de tecnomarcadores. Pues hay para todos los gustos, que van desde la detección de luces en el hemisferio nocturno o el descubrimiento gases contaminantes procedentes de actividad industrial en las atmósferas alienígenas, hasta la detección de grandes estructuras orbitales mediante el método del tránsito, pasando por la búsqueda en infrarrojo de esferas de Dyson.
Evidentemente, hay tecnomarcadores mucho más sencillos de detectar que otros. Además, algunos son, con los conocimientos que tenemos en la actualidad, bastante más probables de descubrir. Sería interesante clasificarlos de alguna forma para intentar cuantificar cómo de factible es su detección con nuestros medios tecnológicos actuales o con los que tendremos dentro de algunos años. Y, precisamente, un grupo de investigadores con Héctor Socas (IAC), el astrofísico coffeebreaker más famoso, a la cabeza, lleva un tiempo analizando este problema y, recientemente, han publicado un paper sobre el tema. Socas y sus colegas introducen una magnitud muy interesante, que es la «icnoescala» (ichnoscale). Dicho de forma simple, la icnoescala es la huella de un determinado tecnomarcador tomando como unidad nuestra civilización tecnológica en la Tierra. Una civilización con una icnoescala alta en un tecnomarcador tendrá una tecnología muy superior a la nuestra y viceversa.
Cuanto más bajo este un tecnomarcador en la icnoescala, más común debería ser —es lógico suponer que debería haber un mayor número de civilizaciones tecnológicamente menos avanzadas que civilizaciones muy avanzadas— y, por tanto, deberíamos centrarnos en el estudio de estos tecnomarcadores. Pero hay otro parámetro a tener en cuenta, que no es otro que la distancia máxima a la que podemos detectar esos tecnomarcadores. Cuanto mayor sea esta distancia, más fuentes potenciales habrá. Teniendo en cuenta estas dos variables, tenemos a nuestra disposición una clasificación de tecnomarcadores muy potente. Por ejemplo, la búsqueda de sustancias contaminantes en otras atmósferas es muy prometedora en tanto en cuanto tiene un valor muy bajo en la icnoescala —o sea, que corresponde a una civilización no mucho más avanzada que la nuestra—, pero con la tecnología actual solo es viable su detección hasta los 10 pársec (unos 33 años luz). Esto implica que el número de planetas candidatos tiene que ser muy reducido. Por contra, las esferas de Dyson son objetos que podemos detectar a miles de años luz, pero su nivel en la icnoescala es altísimo porque para construirlas se requiere una tecnología increíblemente superior a la nuestra. En este sentido, el tecnomacador más prometedor es la búsqueda de emisiones láser, ya que está casi al alcance de una civilización como la nuestra y puede ser detectado prácticamente a través de toda la Vía Láctea.
Pero, ¿qué aparatos necesitamos para detectar estos tecnomarcadores? Los pulsos láseres se pueden buscar con telescopios ópticos y las señales de radio con radiotelescopios, obviamente. Hasta aquí nada nuevo, aunque, no obstante, sería ideal disponer de un radiotelescopio en la cara oculta de la Luna para optimizar la búsqueda de civilizaciones extraterrestres sin las molestias interferencias de nuestra propia civilización. Pero para otros tecnomarcadores sería recomendable disponer de telescopios espaciales. Por ejemplo, para buscar esferas de Dyson sería ideal contar con un telescopio espacial infrarrojo con un espejo de tres metros que pudiera identificar estas megaestructuras, ya que los datos de misiones pasadas como IRAS y WISE no son suficientes para salir de dudas (aunque sí para poner límites superiores a la abundancia de estas hipotéticas megaconstrucciones). La detección de gases contaminantes también requiere de telescopios espaciales capaces de obtener espectros atmosféricos de alta resolución mediante el método del tránsito, aunque no será nada fácil. Por ejemplo, con un telescopio espacial gigante como LUVOIR, con un espejo de 15 metros, se podría detectar dióxido de nitrógeno —un tecnomarcador derivado de la contaminación industrial— hasta una distancia de 33 años luz siempre y cuando la cantidad de este compuesto fuese parecida o superior a la que tenemos en la Tierra. Eso sí, se requerirían entre cuatrocientas y mil horas de observación, como mínimo.
Si no queremos esperar al LUVOIR —que, si es aprobado, no despegará hasta 2040—, el telescopio James Webb podrá descubrir dentro de poco tetrafluorometano y triclorofluorometano —gases que antes se usaban como refrigerantes de tipo CFC— en atmósferas de planetas terrestres. Pero con una condición: que la concentración de estos gases sea diez veces superior a los niveles terrestres y… que estos planetas estén situados alrededor de enanas blancas (!). Un tecnomarcador muy atractivo, propuesto también por Héctor Socas, son los exocinturones de Clarke. Este tecnomarcador se basa en la hipótesis de que una civilización más avanzada que la nuestra podría tener muchos más satélites y grandes estructuras en su órbita geoestacionaria —la órbita de Clarke—, permitiendo su detección mediante el método del tránsito a miles de años luz de distancia. De igual modo, es posible detectar grandes parasoles espaciales por este método, parasoles que serían usados por una supuesta civilización alienígena para reducir las temperaturas de su planeta (u otro mundo de su sistema).
También se pueden buscar tecnomarcadores alienígenas en nuestro sistema solar —¿y si ‘Oumuamua es una sonda alienígena como propuso el astrónomo Avi Loeb? ¿Y si hay un monolito alienígena enterrado en el cráter Tycho de la Luna (u otro cacharro extraterrestre en otra zona del sistema solar)?—, aunque está claro que se trata de una propuesta mucho más controvertida y menos viable. Naturalmente, es posible que en las próximas décadas no detectemos ningún tecnomarcador a pesar de nuestros esfuerzos. Sin embargo, no olvidemos que en ciencia un descubrimiento negativo sigue siendo importante. En todo caso, no lo sabremos hasta que lo intentemos.
Referencias:
- Héctor Socas-Navarro, Jacob Haqq-Misra, Jason T. Wright et al. Concepts for future missions to search for technosignatures, Acta Astronautica (https://doi.org/10.1016/j.actaastro.2021.02.029).
- https://www.iac.es/es/divulgacion/noticias/ideas-para-futuras-misiones-de-la-nasa-en-busca-de-civilizaciones-extraterrestres
Hola. Saludos desde Argentina. Muy interesante el blog. Lo leo desde hcae unos años.
Hace un tiempo leí que un grupo de científicos habían estimado en 36 las posibles civilizaciones en la Vía Láctea.
Realicé algunos cálculos y me dio que la distancia promedio entre ellas sería de unos 18 mil años luz. Ese es más tiempo que el que tenemos de historia (registros escritos). Posiblemente éstas posibles civilizaciones actuales necesitaran mucho tiempo para encontrarse.