Empires of the Word: A Language History of the World (Nicholas Ostler, 2005) me ha dejado con un regusto contradictorio. Tenemos por un lado una gran obra que intenta resumir en poco más de quinientas páginas cómo se han extendido por el mundo los principales idiomas hablados en la actualidad, tarea hercúlea donde las haya que sólo por su ambición merece ser elogiada. De hecho, nunca antes había leído un libro que intentase ofrecer una visión global de la historia de la difusión lingüística, ya que la mayoría de obras se nos hablan de la historia de la escritura o de la evolución de un determinado idioma o familia de lenguas, pero nunca se atreven a ir más allá. Por otro lado, está claro que en el tratamiento de un tema tan denso y complejo es imprescindible llegar a ciertos compromisos si no queremos que el libro se nos vaya de las manos. Algunos de esos compromisos son justificables: Ostler apenas hace mención a la historia de la escritura, aunque es el eje principal del libro, lo cual se puede entender, pues ya existen miles de obras en el mercado dedicadas a tal fin. Tampoco se pueden reprochar al autor los escasos detalles lingüísticos que aparecen sobre cada idioma, ya que está claro que el objetivo de la obra es presentar una visión de conjunto y no pretende ser una enciclopedia de las lenguas del mundo. Dada la nacionalidad del autor, también se entiende que el libro se explaye en el tratamiento dado al idioma inglés.
Otros puntos característicos de la obra no son tan justificables y son los causantes de que no me haya satisfecho del todo. Primero, la subjetividad del autor se hace a veces insoportable. Es normal que todos tengamos prejuicios, pero al elaborar una obra de estas características lo menos que se puede pedir es cierto distanciamiento «profesional». Efectivamente y por motivos que se me escapan, Ostler parece sentir un cariño especial por el portugués, el holandés, el sánscrito, el chino o (naturalmente) el inglés, frente al tratamiento un tanto despreciativo, cuando no abiertamente hostil, del árabe, el ruso, el español o el francés.
Esto es especialmente llamativo si comparamos los capítulos dedicados a la expansión del español y del inglés en América. Ostler no se puede resistir a la tradicional representación anglosajona de la historia de la conquista del nuevo mundo en la que los conquistadores españoles son unos diablos asesinos y genocidas que se dedican a exterminar bucólicos imperios indígenas a diestro y siniestro. Nada que objetar si no fuera porque unas cuantas páginas más adelante se nos presenta la expansión del inglés por los EE.UU. como un proceso de lo más natural, como si los nativos americanos se hubiesen reunido un día y hubiesen decidido en asamblea que lo mejor era adoptar el idioma del hombre blanco y cederles todas sus tierras sin protestar. Ostler hace mención a las «Guerras Indias», término eufemístico, imperialista y racista donde los haya inventado por los blancos de EE.UU. para lavar sus conciencias. El término «guerra» implica la existencia de al menos dos bandos enfrentados en cierta igualdad de condiciones (igualdad real o imaginaria), algo que difícilmente podemos aplicar a los enfrentamientos entre el ejército americano y los nativos americanos durante el siglo XIX. Eso sí, los españoles son malos malísimos (¿por qué no se habla entonces de «Guerras Aztecas» o «Guerras Incas»?) y los rusos son aún peor, aunque la expansión hacia el este del imperio del zar guarda cierta similitud con la conquista del oeste americana, con la diferencia eso sí de que el Imperio Ruso no se dedicó a eliminar sistemáticamente todas las tribus indígenas de Siberia (otra cosa es que le hubiese gustado hacerlo).
Este tratamiento «light» de la expansión del inglés roza la desfachatez cuando el autor se dedica a alabar las políticas de respeto hacia las minorías indígenas de los EE.UU. y cómo ciertas tribus incluso han aumentado el número de hablantes gracias a la bondad de la raza WASP. Desgraciadamente para Ostler, las cifras reales de hablantes valen más que mil palabras: el navajo, lengua que el autor pone como ejemplo de las benignas políticas indígenas de los EE.UU., cuenta hoy en día con unos 180.000 hablantes, número que podemos comparar con los 1,7 millones de hablantes del nahuatl, los 800.000 del maya yucateco, los 7 millones del guaraní o los 10 millones del quechua. Y eso que los españoles eran unos genocidas con cuernos y rabo, que si no…
Por otro lado, en su afán por hacerse enemigos, el autor machaca a gusto la importancia actual del inglés americano frente al británico, opinión bastante injustificada que merece todo mi respeto, aunque sea sólo por el valor de esgrimir un punto de vista que le puede enemistar con la mayoría de sus potenciales lectores.
Digresiones políticas al margen, otro punto que decepciona es la incapacidad del autor para sacar conclusiones. Es cierto que es un tema complejo, pero limitarse a decir tras quinientas páginas que «los idiomas más hablados son aquellos con más hablantes» es una perogrullada que ciertamente baja el nivel de la obra. Para ser justos, Ostler analiza con profusión los mecanismos de difusión lingüística, pero no se atreve o no quiere alcanzar una conclusión.
Podríamos resumir que los factores para la expansión de una lengua son los siguientes:
- Número de hablantes y emigrantes/colonos: factor decisivo y aparentemente obvio, pero que implica la existencia de un estado u organización que garantice a sus hablantes alimentos, estabilidad o, llegado el caso, medios para emigrar a otras tierras.
- Conquista militar: un factor popular que no vale de nada sin el anterior. Los diversos pueblos germánicos que se repartieron el Imperio Romano de Occidente fueron incapaces de imponer sus lenguas pese a conquistar su territorio. Naturalmente, en la actualidad los medios de destrucción modernos sí que pueden traer consigo la erradicación de una lengua por conquista militar. Un ejemplo es el exterminio de la mayoría de la población judía durante la II Guerra Mundial, que tuvo como consecuencia la práctica desaparición del yiddish en Europa. Otro ejemplo menos dramático es la casi total erradicación de las lenguas de los nativos americanos en los EE.UU.
- Prestigio cultural/religioso/tecnológico: el prestigio real o percibido de ciertas lenguas facilita sin duda su extensión o al menos su supervivencia, como fue el caso del sumerio en el segundo milenio a.C. o el francés en la Europa de los siglos XVIII y XIX. La religión también puede ser un factor decisivo, como es el caso del árabe, el latín medieval o, especialmente, el hebreo, lengua muerta que fue resucitada como idioma oficial del estado de Israel en los años 40.
- Existencia de otras lenguas «poderosas» en la zona: un idioma tendrá mucha más dificultades en extenderse por zonas donde ya se habla otra lengua franca o con prestigio. Un ejemplo es el fracaso de la expansión del latín en el Imperio Romano de Oriente, donde ya se usaban el griego, el arameo y el persa como lenguas de uso comercial, religioso y político.
- Tiempo de cohabitación: para que los hablantes de un idioma decidan de forma más o menos voluntaria renunciar a su idioma es necesario un cierto periodo de contacto entre la cultura «dominante» y la «subyugada». Un ejemplo es el español en América: hasta el siglo XIX el número de hablantes de esta lengua no llegó a ser mayoritario.
Estos factores ayudan a explicar ciertas contradicciones aparentes en la historia de los idiomas. Por ejemplo, Holanda creó un imperio mundial mediante la consabida mezcla de conquista militar y el establecimiento de rutas comerciales, pero el holandés sólo logró implantarse fuera de su país natal en Sudáfrica, no por casualidad el único lugar del imperio que experimentó una fuerte afluencia de colonos holandeses. Un caso similar es el portugués, que sólo logró implantarse de forma masiva en Brasil, gracias a la combinación de colonos portugueses y la extensa duración del dominio portugués sobre esa región del mundo.
Naturalmente, en la mayoría de casos los idiomas más hablados del mundo se han extendido mediante una combinación de estrategias. El latín en Occidente llegó a hombros de las legiones, pero sin el prestigio cultural que esta lengua poseía y los siglos que duró el Imperio Romano hubiese sido imposible que todo el oeste de Europa renunciase a sus lenguas vernáculas en favor del latín. Sin embargo por lo general el aspecto clave es el número de hablantes de la lengua en expansión, ya que si éste es suficientemente grande no importa que entre en contacto con otras lenguas de mayor prestigio. Como ejemplos tenemos a los pueblos turcos, que pese a abrazar las culturas árabe y persa, jamás renunciaron a su idioma, gracias a que sus conquistas no eran debidas únicamente a la expansión de una élite militar, sino que iban acompañadas de colonizaciones y traslados de población en masa. A la inversa, si la cultura subyugada goza de un gran número de hablantes y mucho prestigio, puede llegar a ser impermeable a las invasiones militares, como es el caso de China bajo el dominio mongol o manchú: pese a las leyes promulgadas para defender la identidad cultural y lingüística de los conquistadores (que siempre fueron una minoría ante la inmensa población del imperio asiático), ambas dinastías acabaron asimiladas por la cultura china en pocas generaciones.
Sin embargo, hay casos en los que resulta difícil explicar por qué un idioma no ha desaparecido pese tenerlo todo en contra. Un ejemplo es el euskera: mientras el resto de lenguas de la península ibérica se desvanecían ante el empuje del latín, este idioma ha resistido todos los embates de la historia. Algunos equiparan esta resistencia a la de las lenguas celtas, también frente al latín, en las islas británicas. En ambos casos se trataba de zonas alejadas de las principales rutas comerciales del Imperio Romano, con un importante número de hablantes y ajenas en cierta medida a la cultura urbana de los romanos. Aún así es un caso que está lejos de ser explicado satisfactoriamente.
Por último, el libro nos ofrece una reflexión sobre el futuro de los idiomas globales. Siguiendo la tónica habitual de la obra, Ostler decide llevarle la contraria a todo el mundo y se abstiene de predecir un futuro tranquilo y dominante para la lengua inglesa. Todo lo contrario, pues esgrime, no sin razón, los numerosos casos en los que lenguas aparentemente sin rival han desaparecido de la faz de la Tierra, lo que nos debe hacer escépticos ante la noción del inglés como lengua universal para toda la eternidad. En este punto Ostler menciona de pasada el revolucionario papel de las nuevas tecnologías en la difusión de las lenguas, aunque no se atreve a asegurar si traen consigo un efecto positivo para los idiomas más hablados o, todo lo contrario, ayudará a la supervivencia de las lenguas minoritarias.
Me han parecido muy interesantes los comentarios con respecto al libro. Creo que los anglosajones tienen ya por costumbre criticar la conquista española para desviar la atención y limpiar su conciencia: «¡ojo, que ellos fueron peores que nosotros!». Y no olvidan lo que les conviene: ahora llega al cine la película de la Reina Isabel de Inglaterra y su gran triunfo sobre la Armada Invencible, xD
Hola mi nombre es Karlos Nuñez y soy de Lima, Perú.
Es necesario esclarecer algo con respecto a la difusión del idioma español en el Perú.
Primero, son los mismos conquistadores quienes refieren los diferentes sucesos ocurridos entre la década de 1535 a 1545 en sus crónicas, es decir la publicidad la hicieron ellos mismos.
Segundo, los españoles no vinieron a colonizar sino a tomar posesión de tierras y oro, como lo habían hecho en Andalucía, Granada, Caribe y México. Mas en las dos primeras la no conversión de los moros a la fe cristiana fue suficiente para su expulsión de la península, cosa que no ocurrió en América, pues los españoles vinieron con la consigna de ganar adeptos para el Señor.
Tercero, en las conquistas del Perú y México los españoles tuvieron siempre el apoyo de tribus autóctonas, rivales tribales de los dominantes de turno. Y en estos casos necesitaron de intérpretes para coordinar su acción con sus auxiliares; y es gracias a estos que logran la consolidación definitiva de su imperio aquí en América.
Cuarto, Los españoles una vez logrado su objetivo sólo desearon gozar de lo que estas tierras les dieron o despilfarrándolos en sus guerras europeas.
En conclusión, Desde los inicios no fue el español un idioma que se pudiera difundir en el Perú con proyección a futuro, por ello el quechua y el aymara y sus variantes sobrevivieron, y sólo cuando la necesidad lo ameritaba el español se difundió por entera necesidad, desde Manco Inca, el primer inca rebelde al poderío español, empezó a utilizar la virtuosa maquinaria occidental para sus guerras hasta los provincianos que llegan a las ciudades y aprenden forzosamente el español, y en grado elevado olvidan su lengua materna. Pero los que siguen viviendo en las zonas alto andinas hablan tanto su idioma como el español . Otra cosa, un punto importante que falto en el comentario fue el grado de natalidad de las naciones que hablan una lengua, punto fundamental sobre el cual se sustenta una lengua.
karlosnh hotmail.com
«Empires of the Word» es una obra de divulgación, y Ostler tiene un sentido del humor muy sutil que podría pasar desapercibido si uno está buscando datos duros. Al hablar del español en América, menciona cómo la política colonial de las ‘lenguas generales’ hizo que lenguas como el náhuatl y el guaraní no sólo sobrevivieran sino aumentaran el número de sus hablantes, y cómo los criollos que lucharon por la independencia de España fueron los que realmente trataron de imponer el español y acabar con las lenguas indígenas.
Como mexicano, me pareció especialmente divertida su descripción de la guerra de Estados Unidos con México, y cómo los Estados Unidos, después de haber tomado la ciudad de México, se conformaron con los territorios de California, Arizona y Nuevo México porque no querían incorporar a los Estados Unidos a tantos indios. Por otra parte, en cuanto a la conducta de los primeros colonos de Norteamérica (p. 484) y del gobierno estadounidense en el siglo XIX (p. 489) respecto a los indígenas norteamericanos, Ostler dice que los colonos trataron de coexistir con los indios – hasta que necesitaron su tierra y se las quitaron por la fuerza de su tecnología bélica superior, y el gobierno estadounidense fue más lejos: después de tomar sus tierras por la fuerza y encerrarlos en reservaciones, promulgaron leyes para obligarlos a abandonar sus lenguas.
Los castellano-españoles no sólo conquistaron España (y le robaron el nombre xD), porque España era la zona musulmana de la península, nunca fue la cristiana antes de 1300, y eso siendo generosos, sino todo lo que no era Castilla lo absorbieron a la brava.
América la conquistaron los indios, y meter en el mismo saco casi 400 años de imperio español, que abarca tres períodos amplios diferentes y mutltitud de territorios dispares, es decir claramente que no se tiene ni puta idea. Es totalmente cierto que el nahuátl o el rurasimi se expandieron bajo el imperio español, y hoy se hablan donde no se hablaban en 1500. Las razones básicas es que la interacción entre nativos americanos y europeos fue muy diferente en épocas diferentes. Entre 1500 y 1700 los nativos interaccionan abiertamente con los europeos, a partir de la industrialización se les machaca en todas partes, sean aún colonias europeas o países ya independizados. El trato por ejemplo a la nobleza nativa nahuatl en Nueva España era muchísmo mejor del que muchos «españoles» tenían en la península, y hablo de etnias enteras, a los mayas en cambio se les machacaba en general. Estoy generalizando muchísimo (lo que no es riguroso), pero lo que es estrictamente cierto es que América se la conquistaron los nativos a los castellano-españoles, y se independizó por españoles-criollos y españoles-mestizos, ningún grupo nativo puro (como tal, sí a título individual en algunos casos) apoyó las causas independentistas porque sospechaban -correctamente- que iban a verse mucho peor tratados de lo que lo estaban, que así fue. Observar el origen de los apellidos de las elites y castas oligarcas en Latinoamérica es un ejercio muy interesante. Por ejemplo, el apellido Betancourt (francés, los conquistadores de Canarias) todavía es muy importante en Venezuela y Colombia.
Lo más curioso es el nombre del continente. Nunca se le llamó América hasta la independencia de EEUU (de hecho, en Sevilla sigue estando el Archivo de Indias), y para entonces Colón estaba completamente olvidado (que tenía de genovés lo que yo de marciano, y no lo digo por decir). También es más que probable que el topónimo no venga de Amerigo Vespucci, sino de un galés llamado Aymeryk (tal vez corrupción de un apellido Aymerich provenzal). Cuando EEUU se independizó del imperio británico aspiraban a quedarse con TODO el continente, no sólo con el territorio que al final se independizó (por ejemplo, la revolución no triunfó en Canadá porque los británicos acababan de conquistarlo a los franceses, y los colonos, abandonados a su suerte por la corona de Francia, no siguieron a los revolucionarios en su aventura, la contingencia de la historia es acojonante), buscaron entonces referentes totalmente distintos de los que tienen hoy (entonces renegaban de los primeros colonos y todo lo que oliese a «británico»), resucitaron a Colón y se sacaron de la manga el topónimo América, por eso en realidad no se han apropiado de nada: lo usaron ellos casi por primera vez, políticamente al menos. Al independizarse poco después la América hispánica, siguieron el mismo camino, sólo que la historia fue diferente: el imperio español era muchísimo más heterogéneo que las colonias británicas y no era realista pretender mantener todo eso unido.
Como curiosidad, cuando el Brasil se independiza de Portugal, mejor dicho, en realidad, la capital del Imperio se movió a Rio de Janeiro (algo así como si el imbécil de Fernando VII en vez de irse a Bayona se hubiera ido a México y la capital del imperio español con él, la historia hubiera sido completamente diferente), fue tras el congreso de Viena que en Portugal no aceptaron semejante humillación, y fue Portugal y el resto de las colonias… los que se independizaron del imperio del Brasil xD. Parte de la familia real se quedó en Brasil y otra rama volvió a Portugal, y el imperio se partió limpiamente. Pues curiosamente, como digo, se barajó incluso elevar el guaraní (que se hablaba sólo en parte de algunos estados del sur) a lengua nacional, para diferenciarse de las potencias europeas. Pero las burguesías locales no estaban por la labor.