Proyecto West Ford: cuando la Tierra estuvo rodeada por millones de agujas de metal

Por Daniel Marín, el 9 febrero, 2021. Categoría(s): Astronáutica ✎ 62

Si has visto la película Gravity sabrás lo que es el Síndrome de Kessler. Explicado de forma sencilla, consiste en que una vez que el número de objetos en órbita baja alrededor de la Tierra sea muy elevado, las colisiones entre ellos crearán más fragmentos, fragmentos que a su vez chocarán con otros objetos de tal forma que el número de colisiones aumentará de forma exponencial hasta dejar bloqueado el acceso al espacio. El síndrome de Kessler parecía una amenaza muy lejana hasta que hace unos años la aparición de varios proyectos de megaconstelaciones lo han vuelto a poner sobre la mesa. Afortunadamente, todavía estamos a tiempo de evitar algo así. Lo que resulta más sorprendente es que en una fecha tan temprana como 1961 la humanidad casi bloqueó la órbita baja cortesía de una loca iniciativa conocida como Proyecto West Ford.

El contenedor de agujas metálicas del Proyecto West Ford (NASA).

El Proyecto West Ford, inicialmente conocido como Proyecto Agujas (Project Needles), tenía como objetivo poner en órbita cerca de quinientos millones —sí, quinientos millones— de pedazos de cable de cobre por cada lanzamiento. Es decir, se trataba de lanzar agujas metálicas, de ahí el nombre original del proyecto. El objetivo no era anular el acceso al espacio al enemigo, sino asegurar las comunicaciones de radio. En 1958 se había llevado a cabo una serie explosiones nucleares a gran altitud dentro del marco del proyecto Hardtack. Las pruebas, que tuvieron lugar sobre la isla Johnston en el océano Pacífico, demostraron que una detonación nuclear a gran altura podía destruir temporalmente la ionosfera, la capa de la atmósfera que garantiza las comunicaciones de radio a gran distancia. Aunque ahora nos hemos olvidado de ella en estos tiempos de comunicaciones a través de satélites y cables de fibra óptica, la ionosfera funciona como un gran espejo que refleja las ondas de radio, permitiendo las comunicaciones intercontinentales. Lógicamente, a los militares estadounidenses no les hacía mucha gracia la perspectiva de perder el contacto con sus tropas desplegadas por medio mundo en plena guerra nuclear. Como resultado, Walter Morrow, del Laboratorio Lincoln del MIT (Massachusetts Institute of Technology), y Harold Meyer, de la empresa TRW, propusieron crear un espejo artificial que sustituyese a la ionosfera y, de paso, también a la red de cables submarinos, susceptibles de ser saboteados por la Unión Soviética durante un conflicto.

Las finas agujas de metal en un dedo humano (MIT).

Morrow y Meyer sugirieron la creación de dos cinturones formados por millones de antenas dipolo, un cinturón polar y otro ecuatorial. Las agujas de cobre estarían situadas en órbitas de unos pocos miles de kilómetros de altura, suficientemente altas para que el frenado atmosférico fuese casi despreciable, de tal forma que los trozos en órbita tardarían siglos o milenios en reentrar en la atmósfera. No obstante, Morrow y Meyer eran conscientes de que este proyecto podía bloquear de facto la órbita baja, así que decidieron hacer que las agujas fuesen tan finas que la presión de radiación de la luz solar pudiese eliminarlas en el plazo de unos pocos años (la presión de radiación debía cambiar la órbita de las agujas metálicas de tal forma que reentrasen en la atmósfera). Para demostrar la viabilidad del concepto, el Laboratorio Lincoln sugirió lanzar satélites experimentales capaces de desplegar cientos de millones de trozos de cobre, cada uno de ellos con una longitud de 1,78 centímetros y tan solo 0,00178 centímetros de diámetro, en órbitas polares de 3600 kilómetros de altura. Los 480 millones de pedazos de cobre tendrían una masa total de solo 19,5 kilogramos y, una vez en órbita, la separación media entre ellos sería de 300 metros. Los contenedores de las agujas tendrían una longitud de 32 centímetros y una masa de 35 a 40 kilogramos. Con el fin de facilitar su manejo, las agujas de cobre se introducirían en una matriz de naftaleno, una sustancia que se debía evaporar en el vacío. Las agujas se dispersarían por fuerza centrífuga al rotar el contenedor.

El dispensador de las agujas metálicas (Edmund.huber / Wikipedia).

La iniciativa debía demostrar la capacidad de garantizar las comunicaciones entre Camp Parks (California) y Westford (Massachusetts), por lo que el proyecto se bautizó como West Ford. Las frecuencias de trabajo serían 7750 MHz y 8350 MHz. El proyecto, originalmente secreto, se hizo público dos años después, en 1960. En cuanto se levantó el secreto, las reacciones negativas al Proyecto West Ford no se hicieron esperar. Las críticas se multiplicaron en Occidente y al otro lado del telón de acero. A pesar de que la presión de radiación de la luz solar terminaría por limpiar la órbita de residuos, el lanzamiento de satélites a la órbita baja podía verse comprometido durante periodos de varios años. Las críticas de radioastrónomos, espantados ante las consecuencias de este proyecto, también fueron tenidas en cuenta. Afortunadamente, el Pentágono optó por cancelar la propuesta original de crear cinturones permanentes de agujas metálicas, aunque siguió adelante con una versión reducida para demostrar la teoría detrás del proyecto. El 21 de octubre de 1961 el primer satélite del proyecto West Ford despegó desde la base de Vandenberg a bordo de un cohete Atlas-Agena como carga secundaria (la principal era el satélite de alerta temprana MIDAS 4). Pero, aunque alcanzó una órbita polar (95,9º) de 3500 a 3750 kilómetros, no logró desplegar los 350 millones de pequeñas antenas que llevaba (estas agujas tenían un diámetro de 0,00254 centímetros). El segundo intento tuvo lugar el 9 de mayo de 1963 y, esta vez sí, se liberó entre el 25 % y el 40 % de los 480 millones de trozos de cobre en una órbita de 3600 x 3680 kilómetros y 87,4º de inclinación (la carga principal de la misión era el satélite MIDAS 6). Unos cuarenta días después ya se había formado el cinturón previsto alrededor de la Tierra, con una densidad máxima de unas cinco agujas por kilómetro cúbico. No obstante, el despliegue no fue un éxito rotundo, pues se formaron unos 150 conjuntos de agujas que no lograron separarse. Sea como sea, la velocidad de transmisión de datos alcanzó un máximo de 20 kilobits por segundo, para luego disminuir progresivamente a medida que el cinturón se fue disipando por la presión de radiación. Se cree que en 1966, tres años después del lanzamiento, prácticamente la totalidad de agujas ya había reentrado en la atmósfera.

Tamaño de las agujas comparadas con un sello de correos (NASA).

Un análisis más reciente de estas dos misiones ha llegado a la conclusión de que en el lanzamiento de 1961, que se pensaba había sido fallido, se formaron cuarenta mil conjuntos de hasta doscientas agujas unidas entre sí, mientras que en el de 1963 se crearon unos mil conjuntos de agujas. Parece ser que la matriz de naftaleno permitió que las agujas de cobre se soldaran en el vacío, un fenómeno que no se conocía del todo bien en la época. Estos conjuntos de agujas metálicas eran demasiado grandes para verse afectadas por la presión de la luz solar y siguen en órbita. Y allí estarán durante décadas e incluso siglos. A estas dos misiones hay que sumar el lanzamiento de la carga West Ford Drag, lanzada el 9 de abril de 1962 mediante otro Atlas-Agena junto el satélite MIDAS 5, aunque la naturaleza y características de esta misión no están nada claras a día de hoy. Por suerte, el proyecto West Ford perdió el poco apoyo que tenía cuando se demostró la eficacia de los primeros satélites de comunicaciones, como el Telstar 1. Resultaba más sencillo, limpio y práctico lanzar satélites de comunicaciones que llenar la órbita baja de millones de agujas metálicas para crear una ionosfera artificial.

Simulación de 46 grupos de agujas del Proyecto West Ford que todavía estaban en órbita en 2013 (NASA).

El Proyecto West Ford no afectó a ningún satélite debido al escaso número de objetos que estaban en órbita a comienzos de los años sesenta. Hoy en día la situación es muy diferente, con miles de satélites a diversas alturas. Pese a todo, los militares estadounidenses renunciaron al proyecto West Ford por su nefasto impacto en la radioastronomía y en el acceso a la órbita baja. Curiosamente, sesenta años después la humanidad no puede ponerse de acuerdo a la hora de regular el despliegue de megaconstelaciones de satélites.

Referencias:

  • https://history.nasa.gov/SP-4217/intro.htm
  • https://history.nasa.gov/SP-4217/ch8.htm
  • https://ui.adsabs.harvard.edu/abs/2001ESASP.473..315W/abstract
  • https://core.ac.uk/download/pdf/42768325.pdf
  • https://orbitaldebris.jsc.nasa.gov/quarterly-news/pdfs/odqnv17i4.pdf
  • https://www.ll.mit.edu/sites/default/files/page/doc/2018-05/Looking_Back_3.pdf


62 Comentarios

  1. Aunque no sean 120-200 millones de cuerpos, me he enterado recientemente de que hay dos importantes poblaciones (aunque una ya decayó mucho en abundancia, afortunadamente) de cuerpos pasivos de pequeño tamaño en órbita:

    – Gotitas de sodio-potasio líquido.
    – Escoria producida por motores sólidos.

    En el caso de la segunda, siempre me había preguntado qué efecto tendría expulsar productos de combustión de aluminio con percloratos de amonio en vacío, y sospechaba que los productos no se reducían a «gases» que se reintegrarían en la atmósfera o serían ionizados en las capas altas, sobre todo cuando descubrí que se forman «charcos» de metal fundido en la base de los propulsores sólidos. Efectivamente, ¡expulsan escorias fundidas que se resolidifican y quedan en órbita! Y tal población está distribuida por toda LEO (hasta 2000 km y más allá) con densidades bastante mayores que otros restos derivados de basura espacial generada por estructuras de cohetes o satélites, con un censo estimado (no parecen fácilmente detectables, afortunada y desafortunadamente a la vez) de unos 150 millones (!) con diámetro mayor de 1 mm – y varios cientos de billones (10^14) si consideramos partículas de polvo >10 micrómetros. Para referencia: Capítulo 3 del «Modeling of the Current Space Debris Environment» de Klinkrad et al.

    La otra fuente, las gotitas de sodio-potasio, fueron eyectadas en los 80 por los satélites nucleares soviéticos al enviar su reactor nuclear a la órbita cementerio al final de su misión. Los metales fundidos estaban alojados entre el reactor y el resto del satélite a modo de refrigerante, y no se contenían durante la operación de eyección. En los 80 llegó a haber varios millones de gotitas concentradas en torno a 700-1000 km de altura. Hoy se estima que quedan unas 5000 «solamente». Para referencia: «THE CONTRIBUTION OF NAK DROPLETS TO THE SPACE
    DEBRIS ENVIRONMENT» de Wiedemann et al (2017)

Deja un comentario