Rumores de un gigante: el cohete soviético N1 en Occidente

Por Daniel Marín, el 24 diciembre, 2019. Categoría(s): Astronáutica • Cohetes • Historias de la Cosmonáutica • Rusia ✎ 89

La gran conspiración de la carrera lunar no es la que todo el mundo cree, sino la que inició la Unión Soviética a principios de los años 70 para hacer creer al resto del mundo que nunca habían intentado poner un cosmonauta en la Luna. El programa de alunizaje N1-L3 permaneció como secreto de estado hasta que Gorbachov comenzase con su política de glásnost —’transparencia’— a finales de los años 80. Por contra, el programa L1 para circunnavegar la Luna con naves Soyuz modificadas (7K-L1), que sería conocido en Occidente simplemente como programa Zond, no pudo mantenerse en secreto porque se lanzó una gran cantidad de estos vehículos. En todo caso, el gran protagonista de la carrera lunar soviética fue, como todos sabemos, el malogrado cohete gigante N1 (11A52). Este cohete también fue un secreto para el resto del mundo.. o casi.

Reconstrucción del N1 de 1983 (por entonces conocido en Occidente como G-1) junto al cohete Soyuz y el Protón. En esta curiosa versión el N1 tiene cinco etapas (https://twitter.com/uchyuu_kaihatsu/)

Y es que los servicios de inteligencia occidentales estuvieron al tanto en todo momento de la construcción de las instalaciones de este lanzador gracias, principalmente, a las imágenes de los satélites espías Corona y Gambit en una primera fase y, posteriormente, Hexagon. Los satélites de la NRO (National Reconnaissance Office) detectaron en una fecha tan temprana como la primavera de 1963 la construcción de una nueva zona de lanzamiento —«áreas» en la jerga soviética— en el cosmódromo de Baikonur, conocido en Occidente como Tyura-Tam por estar más cerca de la ciudad de este nombre que del pueblo de Baikonur (las autoridades soviéticas pusieron este nombre al cosmódromo —y base de misiles— en un intento de «despistar» a la inteligencia occidental, aunque actualmente el nombre oficial de la ciudad y el cosmódromo es Baikonur).

Imagen de la construcción de las rampas J1 y J2 del cohete N1 tomadas por un satélite espía CORONA en 1966 (Peter Pesavento / Space Chronicle).
Aspecto de las dos rampas del Área 110 en 1969, con el cohete N1-5L (en primer plano) y la maqueta 1M1 (https://www.pinterest.es/johnhamilton307/n1/?autologin=true).

La CIA bautizó la nueva zona de lanzamiento como «complejo J» al ser el décimo descubierto en Baikonur (Yuri Gagarin había despegado desde el «complejo A»). Lo primero que llamó la atención de los analistas fue la construcción del enorme edificio de montaje horizontal, conocido por la CIA como MAB (Missile Assembly Building), de casi doscientos metros de largo. Aunque todavía se desconocían los detalles del diseño del cohete, era evidente que había sido construido para un lanzador de dimensiones comparables a las del Saturno V, aunque, contra todo pronóstico, se ensamblaría en horizontal en vez de en vertical (los analistas creían que el montaje en horizontal era tan extraño que casi desafiaba a las leyes de la física). El presidente Lyndon B. Johnson fue informado de estas obras, al igual que el administrador de la NASA, James Webb. No obstante, las obras se llevaron a cabo a un ritmo más lento de lo previsto y era evidente que el nuevo lanzador no estaría listo a tiempo para competir con el Apolo. No sería hasta 1966 cuando el ritmo de construcción de las dos rampas del Complejo J se aceleró, a pesar de que las tareas habían comenzado dos años antes. En realidad, para los soviéticos el Complejo J se denominaba Área 110 y el edificio MAB era el MIK-112. Toda esta enorme obra de ingeniería había sido construida por la oficina de diseño de Vladímir Barmin.

Diseño real del cohete N1 (primera versión) (Roscosmos).

Normalmente, las autoridades civiles estadounidenses no discutían detalles de informaciones adquiridas mediante satélites espías para no dar datos al enemigo de las capacidades de sus satélites, pero en este caso se hizo una excepción y el administrador de la NASA comenzó a hablar en público a partir de 1964 de los planes soviéticos. Pese a carecer de acceso a los detalles técnicos del país rival, Webb anunció que la URSS posiblemente estuviese embarcada en un programa lunar parecido al Apolo, aunque no hizo ninguna mención concreta del cohete lunar soviético. En 1966 aparecieron los primeros artículos en la prensa estadounidense en los que se hablaba de las características técnicas del lanzador, artículos basados en informes de inteligencia cuyas conclusiones más prominentes se habían filtrado a la prensa. A mediados de 1967, Webb habló en público por primera vez del cohete como un vehículo real. En diciembre de ese año, los satélites espías estadounidenses captaron por primera vez el lanzador N1 en una de las rampas. Al fin el coloso soviético se dejaba ver. La alta resolución de los satélites Gambit 3 (KH-8) permitía distinguir claramente la forma del vehículo. En un alarde de originalidad, el cohete fue conocido por la CIA como «vehículo J» al usar la rampa que llevaba ese código. Hasta ese momento, los expertos de inteligencia lo llamaban simplemente «la gran madre» (the big mother), aunque a partir de entonces también se popularizó el apodo Jay Bird (un juego de palabras entre el pájaro del mismo nombre y la pronunciación de la letra ‘J’ en inglés). Pero para el resto del mundo, el lanzador J seguía siendo un simple rumor.

Imagen del N1 —lanzador J para la CIA— en el Área 110 en septiembre de 1968 captada por un satélite KH-8 GAMBIT (Wikimedia).
El N1 camino a la rampa del Área 110 de Baikonur (https://www.pinterest.es/johnhamilton307/n1/).

Curiosamente, el lanzador J no tenía forma cilíndrica, como el Saturno V, sino cónica. Este exótico diseño no causó demasiada impresión, ya que el misil R-7 soviético y los lanzadores derivados —Vostok, Soyuz, Luna, Mólniya, etc.— también tenían una primera etapa cónica debido a la presencia de los cuatro bloques laterales de la primera etapa. No obstante, el lanzador J era diferente, ya que no contaba con aceleradores, sino que cada etapa era un bloque único, como el Saturno V. Sea como sea, las imágenes de los Gambit eran tan claras que la CIA no tuvo problemas en construir varias maquetas de las rampas y de «la gran madre». Las maquetas no se hicieron públicas para evitar, una vez más, dar a conocer las capacidades reales de los satélites. Los analistas llegaron a la conclusión de que el lanzador J tenía cuatro etapas, tres de ellas de forma cónica. El tamaño y la disposición de las mismas, junto con otras fuentes de información, hizo que los expertos supusiesen —correctamente— que el cohete no usaba propulsión criogénica, al menos en las tres primeras etapas, a diferencia del Saturno V. Estas conclusiones encajaban con los prejuicios de la época según los cuales la tecnología espacial soviética era incapaz de construir un lanzador parecido al Saturno V.

Reconstrucción del N1 —vehículo J según la CIA— en un informe estadounidense de 1971 desclasificado en 2014. Como se puede ver, los analistas creían que el N1 era más pequeño de lo que realmente era (Peter Pesavento / Space Chronicle).
James Webb, anitiguo administrador de la NASA (NASA).
Comparativa entre el Sarturno V y el N1 (Wikimedia).

En 1968 Webb volvió a mencionar públicamente el cohete lunar soviético y hasta Wernher von Braun, quien estaba al tanto de la existencia del lanzador, se hizo eco de estas declaraciones. La prensa comenzó a llamar al cohete «el Gigante de Webb», aunque, ante la falta de pruebas gráficas, muchos periodistas lo consideraban un simple rumor. Como todos sabemos, el N1 era muy real, pero, desgraciadamente, las cuatro misiones que se llevaron a cabo entre 1969 y 1972 terminaron todas en fracaso. El N1 tenía unas dimensiones de 105 metros y una masa al lanzamiento de 2750 toneladas, frente a los 111 metros y las 3000 toneladas del Saturno V. A pesar de tener una masa similar, la capacidad de carga del N1 era de 95 toneladas en órbita baja frente a las 120-140 toneladas del Saturno V por culpa de la alta latitud del cosmódromo de Baikonur y por no emplear propulsión criogénica. Concebido por la oficina de diseño de Serguéi Koroliov (OKB-1/TsKBEM) a finales de los 50 para, principalmente, viajes a Marte, el N1 voló en febrero y julio de 1969, junio de 1971 y noviembre de 1972. Fracasó en las cuatro misiones.

Transporte del N1 a la rampa. Los analistas de la CIA no podían creer al principio que el «vehículo J» se montase y transportase en horizontal hasta la rampa porque era demasiado grande (Roscosmos).
Lanzamiento del N1-3L en febrero de 1969. Este primer lanzamiento del N1 escapó al radar de los servicios de inteligencia de EEUU, aunque parece que el MI6 británico sí tuvo noticias del mismo.

De hecho, el lanzamiento de julio de 1969 destrozó la rampa al caer el cohete sobre la misma tras apagarse todos los motores de la primera etapa (un destrozo descomunal que fue claramente visible en las imágenes de los satélites espías estadounidenses). A partir de 1972 la antigua oficina de Koroliov, entonces a cargo de Vasili Mishin, pasó a formar parte de la nueva oficina NPO Energía, con Valentín Glushkó a la cabeza. Glushkó canceló el programa N1-L3 para dar paso a su familia de cohetes gigantes RLA, que pronto se transformaría en el programa Energía-Burán por imposición del Kremlin. La URSS pasó página e hizo como si el N1 jamás hubiese existido. Sus instalaciones se reformaron para ser usadas en el programa Energía-Burán y el resto de elementos se desmantelaron como si fuera simple chatarra con el objetivo de borrar cualquier rastro de su existencia (la inquina personal de Glushkó hacia el programa N1-L3 jugó un papel importante en este proceso). Entre los pocos elementos que se salvarían, estarían los motores del cohete, puesto que los encargados de la planta de Kuznetsov en Samara se negaron a acatar las órdenes de Glushkó que pedían su destrucción y se limitaron a almacenarlos.

El N1 en la rampa (Roscosmos).
Así quedó una de las dos rampas del N1 tras la explosión del 5L, segunda misión del N1, en julio de 1969 (https://cont.ws/@komradlew/505065).

Puesto que el N1 nunca había alcanzado la órbita, su existencia adquirió la categoría de leyenda. Las autoridades soviéticas negaron que hubiesen intentado competir con el Apolo y los servicios de inteligencia occidentales no podían desvelar las pruebas fotográficas que tenían. El «Gigante de Webb» se convirtió para muchos en un simple «asustaviejas», un mito que había salido de la mente del antiguo administrador de la NASA con el objetivo de asegurar la financiación del programa Apolo. Y se habría olvidado por completo de no ser por el infatigable trabajo de varios analistas del programa espacial soviético. Entre ellos Charles Sheldon, un experto de la Biblioteca del Congreso de los EEUU, que decidió incluir al Gigante de Webb en su popular sistema de clasificación de los lanzadores soviéticos con la letra G (el Departamento de Defensa tenía su propio sistema de clasificación, pero no le asignó ningún código numérico al N1, aunque en algunas obras aparece simplemente como SL-X o, de forma retrospectiva una vez que se confirmó su existencia, como SL-15). De acuerdo con la clasificación de Sheldon, el Gigante de Webb sería conocido como G, G-1 o G-1-e, según las distintas versiones a tener en cuenta.

Charles Sheldon (izquierda), Jim Oberg (centro) y Charles Vick, los expertos que mantuvieron viva la memoria del N1 en Occidente (The Space Review).

La primera vez que el resto del mundo pudo ver la verdadera apariencia del N1 fue el 16 de junio de 1980, cuando la revista estadounidense Aviation Week and Space Technology publicó una reconstrucción de la silueta del Gigante de Webb obra del periodista Craig Covault, quien usó información filtrada por fuentes próximas a la comunidad de inteligencia para su ilustración (en este caso, no era un delito filtrar detalles de tecnología de países enemigos, siempre y cuando no se diera información clave sobre los satélites espías estadounidenses). No obstante, sería la obra del analista Charles Patrick Vick la que más relevancia tuvo a la hora de popularizar el lanzador lunar soviético entre el gran público. El mérito de Vick fue reconstruir la forma del N1 sin necesidad de filtraciones de los servicios de inteligencia. En 1978 cayó en sus manos el libro soviético Kosmodrom, publicado un año antes y donde, sorprendentemente, aparecía una fotografía de una de las torres de servicio del N1 en el Área 110 (posiblemente los autores escaparon a la censura soviética porque por aquella época las instalaciones del N1 en el Área 110 ya habían sido desmanteladas para construir en su lugar las del cohete Energía). Vick usó los informes públicos de los años 60 sobre el cohete, sus conocimientos de astronáutica y, especialmente, la disposición de los brazos de servicio de la torre para estimar la forma del cohete. Pero Vick no se limitó a estimar la forma de la criatura; también imaginó la disposición interna de los tanques de propergoles y otros detalles técnicos.

Charles P. Vick y su reconstrucción del N1 en 1984 (The New York Times).
Reconstrucción del N1 según Vick. A la derecha aparece el Saturno V como comparación y en el centro el cohete Protón (Charles P. Vick).

La reconstrucción del «lanzador G» de Vick se publicó en 1981 en la primera edición del libro The Illustrated Encyclopedia of Spaceflight de Kenneth Galland, que tuvo una gran difusión internacional (en España se publicó en varios volúmenes dentro de una colección de la revista Muy Interesante con el nombre Exploración del Espacio). Ese mismo año también apareció Red Star in Orbit, de Jim Oberg, un libro que tuvo una enorme influencia en la visión del programa espacial soviético en Occidente y que, por supuesto, hacía mención del lanzador lunar G-1. A principios de los 80 la URSS seguía negando la existencia del N1, pero todos los expertos y aficionados al programa espacial soviético estaban de acuerdo en que había sido una realidad. Eso sí, los detalles del lanzador seguían siendo un misterio. ¿Quién estaba detrás de su construcción? ¿Por qué era tan diferente al Soyuz o el Protón? ¿Usaba propergoles hipergólicos o kerolox? ¿Cómo era el esquema de una misión de alunizaje? ¿Se hubieran requerido uno o varios lanzadores del cohete para poner un cosmonauta en la Luna?

Vick usó un esquema de la torre de servicio rotatoria del N1 para estimar la verdadera forma del lanzador (Roscosmos).

Más allá de la forma y sus dimensiones, los expertos solo podían especular. Y es aquí donde entran los prejuicios y el conocimiento sesgado que se tenía del programa espacial soviético en los años 80. Algunos expertos dudaban de la existencia del cohete G simplemente por motivos ideológicos: en los años 60 la URSS estaba tan atrasada tecnológicamente con respecto a los EEUU que era imposible que hubieran construido un cohete de dimensiones similares al Saturno V. Otros renegaban de su existencia por todo lo contrario: si la Unión Soviética decía que no había existido, el N1 debía ser un invento de Occidente para desacreditar a sus enemigos. En cualquier caso, los expertos intentaron imaginar el diseño del N1 con la poca información que llegaba de la URSS. Quizás la propuesta más extravagante fue la que imaginaba el N1 como un lanzador basado en el misil intercontinental R-36 (SS-9 Scarp para la OTAN).

Una loca reconstrucción del diseño del N1 de 1983 como unión de varios misiles R-36 (https://twitter.com/uchyuu_kaihatsu/).

Ni que decir tiene, el R-36 era obra de la oficina de diseño de Mijaíl Yangel y no tenía nada que ver con la oficina de Serguéi Koroliov ni con el N1, pero a principios de los 80 nadie fuera de la URSS conocía cómo funcionaba el oscuro mundo de las oficinas de diseño soviéticas. La conexión del R-36 con el espacio tenía su origen en el uso de este misil en el proyecto FOBS para lanzar armas nucleares a la órbita, además de ser la base del lanzador espacial Tsiklon; por otro lado, el R-36 fue durante algunos años el cohete más grande que habían hecho público los soviéticos a través de desfiles militares. Por eso, cuando se supo que el R-36 era obra de Yangel algunos pensaron que el N1 también sería un producto de esa oficina de diseño. Por otro lado, ya a mediados de los 60 algunos analistas profesionales de la CIA habían sugerido que el Gigante de Webb podía estar formado por un conjunto de misiles R-9 (SS-8), una hipótesis más lógica en tanto en cuanto al menos el R-9 era obra de la oficina OKB-1 de Koroliov.

Reconstrucción del N1 (G-1) con 186 motores en la primera etapa (https://twitter.com/uchyuu_kaihatsu/).

Como el R-36 empleaba en la primera etapa seis cámaras de combustión —en realidad usaba tres motores RD-250 de dos cámaras de combustión en una configuración a veces denominada RD-251—, el N1 tenía que usar por fuerza un número increíble de motores. Algunos expertos imaginaron que el lanzador G-1 había empleado la friolera de 420 cámaras de combustión: 186 en la primera etapa, 114 en la segunda, 78 en la tercera y 42 en la cuarta. Otros analistas más serios, como el propio Charles Vick, estimaban un número de motores mucho menor, cercano a las veinte unidades. El problema es que no pocos expertos consideraban que la URSS era incapaz de producir motores potentes y ponían como ejemplo de esta teoría el misil R-7, con 32 cámaras de combustión al lanzamiento. Y es que no deberíamos juzgar a estos expertos muy duramente: los proyectos espaciales más avanzados, costosos y complejos de la URSS —el N1-L3 y el Energía-Burán— permanecieron como alto secreto hasta finales de los años 80. Y, sin tener en cuenta estos programas, era muy sencillo infravalorar la tecnología espacial soviética, más allá de sesgos ideológicos más o menos marcados.

El N1-3L en el MIK 112 de Baikonur. Se aprecian los 30 motores NK-15 de la primera etapa Blok A (RKK Energía).

Naturalmente, hoy en día sabemos que el N1 empleaba treinta motores NK-15 en la primera etapa, ocho NK-15V en la segunda y cuatro en la tercera. Un número elevado de motores debido a la poca experiencia de la oficina de diseño de Nikolái Kuznetsov en motores cohete. Pero, por otro lado, hay que subrayar que eran motores increíblemente avanzados para la época. Tanto que, cuando fueron redescubiertos en los años 90, muchos en Occidente dudaban de que sus prestaciones fuesen ciertas. Por supuesto, el hecho de que la Unión Soviética hubiese construido en los años 60 motores como el RD-250, comparable en potencia al F-1 del Saturno V, se consideraba simplemente imposible. Paradojas del destino, justo a principios de los 80, la URSS estaba a punto de poner en servicio el RD-170, el motor cohete de combustible líquido más potente de la historia. Por cierto, no deja de ser irónico que una de las mayores críticas al programa espacial soviético fuese el enorme número de motores —o cámaras de combustión— que se empleaban en algunos lanzadores, y, sin embargo, ahora lanzadores como el Falcon 9, Starship-Superheavy o el New Glenn han convertido este concepto en algo vanguardista y moderno.

Motor NK-33, derivado del NK-15, de la oficina de Nikolái Kuznetsov. En el siglo XXI se emplearía en el cohete estadounidense Antares y en el Soyuz-2.1v (Roscosmos).

Habría que esperar glásnost de Mijaíl Gorbachov para que, poco a poco, la URSS reconociese la existencia del programa N1-L3. Pese a todo, no sería hasta 1989 cuando se pudo ver la primera fotografía del N1. También fue en ese año cuando se supo en Occidente que la primera misión del N1 había tenido lugar en febrero de 1969 (hasta ese momento solamente se conocían en Occidente los otros tres lanzamientos). Sin embargo, la verdadera historia del programa N1-L3, así como la de otros proyectos espaciales soviéticos, tardó mucho tiempo en conocerse por completo. Durante los primeros años tras la caída de la Unión Soviética la información apareció a cuentagotas y de forma fragmentada, a menudo con errores y con historias contradictorias. Muchas de las confusiones y errores sobre el programa espacial soviético que se siguen reproduciendo en la actualidad se remontan a esos confusos años.

Reconstrucción del cohete N1 comparado con el Saturno V (izquierda) a cargo de Charles P. Vick (Charles P. Vick).

Durante dos décadas, el N1 fue un casi un mito en Occidente, un mito que fue útil para poner a prueba lo que se sabía por entonces sobre el programa espacial soviético, pero que también sirvió como un espejo en el que se reflejaron los prejuicios ideológicos de aquellos que intentaban comprender los progresos tecnológicos que se producían más allá del telón de acero. Una lección que muchos han olvidado.

Referencias:

  • Peter Pesavento, Lifting the veil, Space Chronicle, Vol. 71, pp.50-90, 2018.
  • Cold War Space Sleuths: The Untold Secrets of the Soviet Space Program, Springer, 2013.
  • Dwayne A. Day, The Secret at Complex J.
  • https://www.globalsecurity.org/intell/library/reports/2004/open-source_imagery_follow-on.htm
  • https://www.thespacereview.com/article/3136/1
  • https://www.thespacereview.com/article/3143/1
  • https://www.thespacereview.com/article/3130/1


89 Comentarios

  1. Lo que se aprende en este blog, también con los comentarios. Me ha llamado la atención que, fuera de la NASA, sólo se sospechara del N1 al no aportarse pruebas, y peor aún, ser sólo una excusa para espolear la carrera a la Luna…; pero supongo que también pensaría alguien que sí habría pruebas pero existían razones de Estado para no darlas… Ahora sabemos la verdad, pero entonces la mayoría sólo podía opinar. Del mismo modo, y perdón por retomar el tema bíblico tan detallado por Hilario, podemos reducir la interpretación del relato del nacimiento de Cristo a una perspectiva puramente histórico-crítica (que es legítima y necesaria, pero quizás insuficiente para explicar todos los hechos ante el celo de la primera comunidad cristiana que rechazó muchos relatos apócrifos); o bien, aceptar que, junto a la intención salvífica, hay un trasfondo histórico que hay que saber medir pero que no puede rechazarse a priori por faltarnos aún datos históricos ni porque hubiera alguna intención apologética. Lo que no se sostiene, si queremos ser honestos, es el dato de razón histórica sin el de la fe de la comunidad que elabora el relato, Hilario. Así lo entendía, por ejemplo, Ratzinger en su obra «Jesús de Nazaret»; y al contrario, Carlos, los cómputos históricos no pueden basarse sólo en datos bíblicos que a veces se contradicen, hay que contrastarlos con las herramientas históricas, que para eso Dios nos dio la razón, aunque entiendo que hace falta un camino de discernimiento y estudio para entenderlo. En todo caso, enhorabuena a todos los que aportáis lo que sabéis. Paz a los hombres de buena voluntad. Feliz Navidad.

  2. muchas gracias! como siempre al detalle Daniel
    mi pregunta es si hubiese tenido exito el N1 , lo hubiese tenido el pobre cosmonauta Sovietico? , como estaba todo lo demas? las computadoras ? el LK tenia una Argon? , no era demasiado hacer dos caminatas espaciales para pasarse de la Soyuz al LK ? , el primitivo sistema de enganche entre ambas naves , el frenado del enorme Block D con el LK a pocos metros de la luna , luego el regreso , si bien tenia dos motores de ascenso mas seguros, el reingreso atmosferico era con un rebote , lo cual ya una de las Zond habia caido en el oceano indico, si con toda la tecnologia del Apollo los Americanos tenian una chance del 50% de fracasar , pienso que los Sovieticos tenian un 70
    saludos cordiales

  3. Qué cansinos son los que con odios absurdos y refugiados en cuentos ocultan su miedo real a ver llegar el día que acaben los privilegios que defienden, los disfruten o no -lo cual ya es triste-.
    Excelente blog, me aficiono de aquí en adelante desde mi ignorancia curiosa. Felices fiestas a todos, crean o no en el Monstruo de Spaghetti.

  4. Pues a mí me ha gustado que Daniel (cuyo nombre sea por siempre loado) haya mencionado el excelente «Exploración del Espacio», volumen 3 de la Biblioteca de Divulgación Científica de Muy Interesante (Ediciones Orbis, 1985).
    Tengo aquí el ejemplar, en el que no hay modo de encontrar la fuente editorial original; únicamente una Nota del Editor que informa de que el libro recoge una selección de capítulos procedentes de la obra del mismo título de Ediciones Quarto. Esa no la pillé.
    Después de 35 años, me entero de que el mérito y autoría originales fueron de Kenneth Galland. Pues muchas gracias, Mr. Galland, porque la obra era magnífica, y muchas gracias Daniel (sea tu nombre loado por siempre) por revelarnos detalles como este.

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