Alejandro Magno

Por Daniel Marín, el 9 enero, 2005. Categoría(s): Cine • Historia

Hacer una película sobre una figura como Alejandro Magno no es tarea fácil: ¿qué se puede decir que no se haya dicho ya en decenas de libros, cientos biografías más o menos exactas o miles de citas históricas?. Alejandro es más que un personaje histórico: es un mito de la cultura occidental y como tal, toda película que se haga sobre él estará siempre incompleta, pues es imposible abarcar todas las facetas, verídicas o no, de este conquistador.

Ante esta imposibilidad, existen dos opciones para llevar a la pantalla tamaña epopeya: en la primera, más taquillera y típica de Hollywood hoy en día, el director podría haber optado por una huida hacia adelante y convertir la historia en una especie de Matrix helenístico llena de golpes y sin mucho diálogo, algo así como lo que hicieron con la Ilíada en ese videojuego llamado Troya. La segunda opción es transformar la película en un documental soporífero y carente de emoción, pero riguroso desde el punto de vista histórico.

¿Cuál ha elegido el siempre polémico Oliver Stone?. Pues las dos. Efectivamente, la película combina trepidantes escenas de acción, suficientes para cubrir la cuota de hemoglobina necesaria para resultar atractiva a un público más general, con muchos diálogos que nos ayudan a comprender al personaje. Para resumir la corta pero agitada vida del monarca macedonio, Stone recurre a un Anthony Hopkins en el papel de Ptolomeo que nos narra muchos de los acontecimientos que no aparecen en la pantalla para ahorrar metraje. El resultado seguramente no acabe de convencer a todos, pero estamos sin duda ante una gran película, de esas que Hollywood cada vez produce con menos frecuencia. Naturalmente es incompleta, como es lógico, pues es una película, no una enciclopedia y la mayoría de las veces las narraciones de Ptolomeo rompen el hilo argumental y se hacen un tanto pesadas, convirtiendo la película en un documental. Sin embargo, la historia personal de Alejandro destaca por encima de todos estos defectos. Muchos historiadores tuvieron dificultades para conciliar la imagen de un Alejandro tolerante, portador de los valores democráticos griegos, fascinado por la sabiduría y el conocimiento, con esa otra faceta de tirano cruel y sanguinario que arrasa ciudades por mero capricho, obsesionado con conquistar el mundo. Aunque Oliver Stone se inclina claramente por la primera, no escatima escenas de furia descontrolada donde podemos ver a ese otro Alejandro, pero de tal forma que la imagen global del personaje es totalmente coherente, pese a que Colin Farrell no esté a la altura en algunas ocasiones.

El aspecto claramente polémico de la obra estriba en las relaciones homosexuales de Alejandro, que tanta controversia han creado en EE.UU. Stone aborda de manera valiente y sin complejos este tema hasta ahora tabú en el cine. Atrás quedan las sutilezas y la ambigüedad de secuencias donde se nos habla de ostras y caracoles: uno de los ejes de la película es la relación de amor entre Alejandro y uno de sus generales, Hefestión. Aunque Stone olvida aquí otros «compañeros» que tuvo, esta relación aporta una gran fuerza a la película, y, por qué no, ese toque de originalidad (algunos dirán sensacionalismo) que diferencia una buena película de un mero telefilm.

Otra faceta destacable es la gran fidelidad histórica empleada a la hora de reproducir los atuendos, armas y edificios de la época. La recreación de la batalla de Gaugamela es simplemente insuperable: no sólo la famosa falange macedonia está reproducida con total exactitud, sino que también podemos admirar pequeños detalles como la aparición de honderos entre las filas griegas o las guadañas de los carros persas. Igualmente destacable es la precisión histórica de los trajes empleados por griegos y macedonios (atención a los sombreros), o la ciudad de Babilonia y su puerta de Ishtar. Por otro lado, la criticada aparición de mapamundis con nombres en inglés, lejos de ser un fallo garrafal, se puede considerar una licencia del director para transmitir mejor la magnitud titánica de los viajes de Alejandro hasta los límites del mundo conocido. En cuanto a la rigurosidad histórica del guión, hay partes más exactas que otras, pero en general el resultado es más que correcto.

Alejandro Magno no es una película perfecta ni mucho menos y tampoco es la mejor obra de Oliver Stone, pero es difícil entender el gran rechazo suscitado entre la crítica de medio mundo, dado el bajo nivel de calidad de la mayor parte de producciones actuales. Para gustos, colores, pero no entiendo que críticos a los que Troya les entusiasmó echen pestes de esta obra. Me temo que este rechazo esté causado por la mala imagen del director en EE.UU. tras filmar la vida de Fidel Castro o por el retrato explícito de la conducta homosexual de Alejandro más que por la mala calidad del film. Y es que a Stone se la tienen jurada en Hollywood desde lo de Castro y ahora es tiempo de pasarle factura…



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Por Daniel Marín, publicado el 9 enero, 2005
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