El Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) organiza un interesante concurso escolar llamado «El espacio en la vida cotidiana». Además, aprovechando que el año que viene se conmemoran los 50 años del lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik-1, el nombre del concurso hace referencia a esta importante efeméride.
Si estás interesado/a, tienes hasta el 28 de febrero para inscribirte, así que: ¡ánimo!.
Más información: www.concursoespacial.com
Simone Costeau
Jacques Yves Cousteau pasó toda su vida en el mar, no contento
con inventar los equipos de buceo actuales recorrió el mundo, a
bordo del Calypso para enseñarle a la humanidad la grandiosidad
de los océanos.
Muchos hombres y mujeres crecimos entre sus imágenes, muchos
fuimos contagiados por su «fiebre de mar», jugábamos de chicos a
ser buzos del Calypso, conocíamos sus historias, viviamos sus
inmersiones.
Pero la mayoría de la gente jamás conoció la historia del día en
que el Calypso se perdió, de aquel día que pudo ser el último día
de una historia que aún no había comenzado.
Terminaba la década del ´40, no era una época fácil en Europa.
La segunda guerra mundial había dejado a Francia en ruinas.
Jacques Cousteau, un joven oficial de la marina decidió dar un
vuelco a su vida. Con la ayuda de sus amigos y un esponsor
secreto, compró un viejo dragaminas fuera de servicio y lo
bautizó «Calypso», renunció a la marina y convenció a un grupo
de buzos de acompañarlo en la gran aventura: recorrer los mares
del mundo y filmar los fondos oceánicos. Todos sus ahorros se
gastaron en equipamientos, vendió su casa para costear el viaje,
todo su pasado y su futuro estaban puestos en ese viejo barco.
Partieron rumbo al Mar Rojo donde planeaban filmar su
primera película.
Al llegar anclaron el barco cerca de la costa de Egipto y todos
los hombres fueron al agua, en el barco sólo quedó la esposa de
Cousteau, Simone. Mientras que los buzos estaban bajo el agua,
el cielo se cubrió de nubes, la superficie del mar se encrespó,
comenzó a sentirse un fuerte viento. Los buzos no pudieron
volver al barco, nadaron hacia la costa. Una vez ahí
contemplaron al Calypso que se sacudía con cada golpe de ola,
tironeaba el cabo del ancla que se rompería inevitablemente.
Cousteau temía por su esposa, una mujer delgada que no tenía
idea de barcos ni de navegación. Los buzos presos de
impotencia esperaban la rotura del cabo del ancla para ver
como todas sus ilusiones se hundían con el viejo buque.
El cabo se rompió en un estallido seco e inmediatamente se
escuchó el motor del barco que se ponía en marcha, viraba a
babor y se internaba en el mar de frente a la tormenta, al
timón estaba Simone Cousteau y no parecía estar dispuesta a
dejar hundir al Calypso. Como no sabía nada de náutica
decidió ir mar adentro donde no podría chocar con nada.
¡Viajaba hacia la tormenta!.
Ocho horas duró la lucha entre el viejo dragaminas y el mar,
ocho horas en las que una mujer sola, que casi nunca antes
había estado en un barco, sacaba fuerzas de la nada para evitar
que los sueños de su marido se hundieran ese día.
Cuando la tormenta terminó llevó al barco hacia la costa que
se veía a la distancia pero como no sabía atracarlo y ya no
tenía ancla, simplemente lo dejó flotar a la deriva con el motor
apagado y esperó que los buzos, que miraban la maniobra desde
tierra, pudieran acercarse a nado. Al llegar encontraron a una
Simone sonriente que, ante la sorpresa de todos, los recibió
con café caliente.
Pasaron muchos años y el viejo dragaminas se convirtió en uno
de los buques oceanográficos más famosos del mundo, navegó
por todos los mares y visitó todos los puertos. Cousteau adquirió
fama internacional. En 1980, en una entrevista un periodista le
preguntó si era difícil comandar el Calypso, Cousteau contestó:
«No si está Simone a bordo, ella es la cocinera, la madre de
treinta marineros, la que aconseja, la que pone fin a las peleas,
la que nos manda a afeitar, la que nos reta, la que nos acaricia,
la peluquera de a bordo, nuestra mejor crítica, nuestra primera
admiradora, la que salva al barco de las tormentas. Ella es la
sonrisa cada mañana y el saludo antes de irnos a dormir. El
Calypso podría haber vivido sin mí… pero no sin Simone».
Una mujer que vivió entre cámaras y nunca se dejó fotografiar,
no figuró en ninguna de las enciclopedias del Calypso, se negó
a ser vista en las películas y la mayoría de la gente nunca vio
su cara.
Nuestro homenaje en Simone Cousteau… a todas la mujeres
que luchan desde el silencio.
Simone Costeau
Jacques Yves Cousteau pasó toda su vida en el mar, no contento
con inventar los equipos de buceo actuales recorrió el mundo, a
bordo del Calypso para enseñarle a la humanidad la grandiosidad
de los océanos.
Muchos hombres y mujeres crecimos entre sus imágenes, muchos
fuimos contagiados por su «fiebre de mar», jugábamos de chicos a
ser buzos del Calypso, conocíamos sus historias, viviamos sus
inmersiones.
Pero la mayoría de la gente jamás conoció la historia del día en
que el Calypso se perdió, de aquel día que pudo ser el último día
de una historia que aún no había comenzado.
Terminaba la década del ´40, no era una época fácil en Europa.
La segunda guerra mundial había dejado a Francia en ruinas.
Jacques Cousteau, un joven oficial de la marina decidió dar un
vuelco a su vida. Con la ayuda de sus amigos y un esponsor
secreto, compró un viejo dragaminas fuera de servicio y lo
bautizó «Calypso», renunció a la marina y convenció a un grupo
de buzos de acompañarlo en la gran aventura: recorrer los mares
del mundo y filmar los fondos oceánicos. Todos sus ahorros se
gastaron en equipamientos, vendió su casa para costear el viaje,
todo su pasado y su futuro estaban puestos en ese viejo barco.
Partieron rumbo al Mar Rojo donde planeaban filmar su
primera película.
Al llegar anclaron el barco cerca de la costa de Egipto y todos
los hombres fueron al agua, en el barco sólo quedó la esposa de
Cousteau, Simone. Mientras que los buzos estaban bajo el agua,
el cielo se cubrió de nubes, la superficie del mar se encrespó,
comenzó a sentirse un fuerte viento. Los buzos no pudieron
volver al barco, nadaron hacia la costa. Una vez ahí
contemplaron al Calypso que se sacudía con cada golpe de ola,
tironeaba el cabo del ancla que se rompería inevitablemente.
Cousteau temía por su esposa, una mujer delgada que no tenía
idea de barcos ni de navegación. Los buzos presos de
impotencia esperaban la rotura del cabo del ancla para ver
como todas sus ilusiones se hundían con el viejo buque.
El cabo se rompió en un estallido seco e inmediatamente se
escuchó el motor del barco que se ponía en marcha, viraba a
babor y se internaba en el mar de frente a la tormenta, al
timón estaba Simone Cousteau y no parecía estar dispuesta a
dejar hundir al Calypso. Como no sabía nada de náutica
decidió ir mar adentro donde no podría chocar con nada.
¡Viajaba hacia la tormenta!.
Ocho horas duró la lucha entre el viejo dragaminas y el mar,
ocho horas en las que una mujer sola, que casi nunca antes
había estado en un barco, sacaba fuerzas de la nada para evitar
que los sueños de su marido se hundieran ese día.
Cuando la tormenta terminó llevó al barco hacia la costa que
se veía a la distancia pero como no sabía atracarlo y ya no
tenía ancla, simplemente lo dejó flotar a la deriva con el motor
apagado y esperó que los buzos, que miraban la maniobra desde
tierra, pudieran acercarse a nado. Al llegar encontraron a una
Simone sonriente que, ante la sorpresa de todos, los recibió
con café caliente.
Pasaron muchos años y el viejo dragaminas se convirtió en uno
de los buques oceanográficos más famosos del mundo, navegó
por todos los mares y visitó todos los puertos. Cousteau adquirió
fama internacional. En 1980, en una entrevista un periodista le
preguntó si era difícil comandar el Calypso, Cousteau contestó:
«No si está Simone a bordo, ella es la cocinera, la madre de
treinta marineros, la que aconseja, la que pone fin a las peleas,
la que nos manda a afeitar, la que nos reta, la que nos acaricia,
la peluquera de a bordo, nuestra mejor crítica, nuestra primera
admiradora, la que salva al barco de las tormentas. Ella es la
sonrisa cada mañana y el saludo antes de irnos a dormir. El
Calypso podría haber vivido sin mí… pero no sin Simone».
Una mujer que vivió entre cámaras y nunca se dejó fotografiar,
no figuró en ninguna de las enciclopedias del Calypso, se negó
a ser vista en las películas y la mayoría de la gente nunca vio
su cara.
Nuestro homenaje en Simone Cousteau… a todas la mujeres
que luchan desde el silencio.
No tiene nada que ver con el espacio, pero sí con nuestro esfuerzo en la vida cotidiana y como gracias a ese esfuerzo podemos alcanzar el espacio, es un homenaje a una mujer, que luchó y que solo conocemos el nombre de su marido, muy unido por otra parte a las viejas historias de nuestra niñez y adolescencia junto a Sagan,,,,,no les parece amigos) es nuestro Mar…..
Simone Costeau
Jacques Yves Cousteau pasó toda su vida en el mar, no contento
con inventar los equipos de buceo actuales recorrió el mundo, a
bordo del Calypso para enseñarle a la humanidad la grandiosidad
de los océanos.
Muchos hombres y mujeres crecimos entre sus imágenes, muchos
fuimos contagiados por su «fiebre de mar», jugábamos de chicos a
ser buzos del Calypso, conocíamos sus historias, viviamos sus
inmersiones.
Pero la mayoría de la gente jamás conoció la historia del día en
que el Calypso se perdió, de aquel día que pudo ser el último día
de una historia que aún no había comenzado.
Terminaba la década del ´40, no era una época fácil en Europa.
La segunda guerra mundial había dejado a Francia en ruinas.
Jacques Cousteau, un joven oficial de la marina decidió dar un
vuelco a su vida. Con la ayuda de sus amigos y un esponsor
secreto, compró un viejo dragaminas fuera de servicio y lo
bautizó «Calypso», renunció a la marina y convenció a un grupo
de buzos de acompañarlo en la gran aventura: recorrer los mares
del mundo y filmar los fondos oceánicos. Todos sus ahorros se
gastaron en equipamientos, vendió su casa para costear el viaje,
todo su pasado y su futuro estaban puestos en ese viejo barco.
Partieron rumbo al Mar Rojo donde planeaban filmar su
primera película.
Al llegar anclaron el barco cerca de la costa de Egipto y todos
los hombres fueron al agua, en el barco sólo quedó la esposa de
Cousteau, Simone. Mientras que los buzos estaban bajo el agua,
el cielo se cubrió de nubes, la superficie del mar se encrespó,
comenzó a sentirse un fuerte viento. Los buzos no pudieron
volver al barco, nadaron hacia la costa. Una vez ahí
contemplaron al Calypso que se sacudía con cada golpe de ola,
tironeaba el cabo del ancla que se rompería inevitablemente.
Cousteau temía por su esposa, una mujer delgada que no tenía
idea de barcos ni de navegación. Los buzos presos de
impotencia esperaban la rotura del cabo del ancla para ver
como todas sus ilusiones se hundían con el viejo buque.
El cabo se rompió en un estallido seco e inmediatamente se
escuchó el motor del barco que se ponía en marcha, viraba a
babor y se internaba en el mar de frente a la tormenta, al
timón estaba Simone Cousteau y no parecía estar dispuesta a
dejar hundir al Calypso. Como no sabía nada de náutica
decidió ir mar adentro donde no podría chocar con nada.
¡Viajaba hacia la tormenta!.
Ocho horas duró la lucha entre el viejo dragaminas y el mar,
ocho horas en las que una mujer sola, que casi nunca antes
había estado en un barco, sacaba fuerzas de la nada para evitar
que los sueños de su marido se hundieran ese día.
Cuando la tormenta terminó llevó al barco hacia la costa que
se veía a la distancia pero como no sabía atracarlo y ya no
tenía ancla, simplemente lo dejó flotar a la deriva con el motor
apagado y esperó que los buzos, que miraban la maniobra desde
tierra, pudieran acercarse a nado. Al llegar encontraron a una
Simone sonriente que, ante la sorpresa de todos, los recibió
con café caliente.
Pasaron muchos años y el viejo dragaminas se convirtió en uno
de los buques oceanográficos más famosos del mundo, navegó
por todos los mares y visitó todos los puertos. Cousteau adquirió
fama internacional. En 1980, en una entrevista un periodista le
preguntó si era difícil comandar el Calypso, Cousteau contestó:
«No si está Simone a bordo, ella es la cocinera, la madre de
treinta marineros, la que aconseja, la que pone fin a las peleas,
la que nos manda a afeitar, la que nos reta, la que nos acaricia,
la peluquera de a bordo, nuestra mejor crítica, nuestra primera
admiradora, la que salva al barco de las tormentas. Ella es la
sonrisa cada mañana y el saludo antes de irnos a dormir. El
Calypso podría haber vivido sin mí… pero no sin Simone».
Una mujer que vivió entre cámaras y nunca se dejó fotografiar,
no figuró en ninguna de las enciclopedias del Calypso, se negó
a ser vista en las películas y la mayoría de la gente nunca vio
su cara.
Nuestro homenaje en Simone Cousteau… a todas la mujeres
que luchan desde el silencio.