Hay pocos observatorios tan icónicos como Arecibo, en Puerto Rico. Ha aparecido en multitud de obras de ficción, bien directamente, bien como decorado «futurista», aunque sin duda su aparición más famosa fue en la película Contact, basada en la novela homónima de Carl Sagan. Su localización, construido en un precioso paisaje entre colinas aprovechando una depresión natural del terreno y con exuberante vegetación alrededor y debajo de la parábola del telescopio, creaba un ambiente único, casi mágico. La antena de Arecibo fue completada en 1963 y hasta 2016 fue el mayor radiotelescopio del mundo, con unos impresionantes 305 metros de diámetro. Lamentablemente, la larga y fructífera historia de este observatorio llegó a su fin el 1 de diciembre de 2020, cuando la plataforma de 820 toneladas suspendida a 150 metros de altura se precipitó sobre la antena principal, causando graves destrozos.

Hacía pocos días que la National Science Foundation (NSF), la organización a cargo del Observatorio de Arecibo, había anunciado su decisión de abandonar la mítica instalación, allanando el camino para una más que probable demolición. La decisión se había tomado después de comprobar el mal estado en el que se encontraban los cables de suspensión de la plataforma. Dichos cables habían resultado dañados por varios huracanes en los últimos años, aunque lo cierto es que su mantenimiento había sido claramente mejorable. El 10 de agosto uno de los cables cayó, creando un gran hueco entre los miles de paneles de aluminio perforado que formaban la parábola. El 6 de noviembre le siguió un segundo cable. La caída de la plataforma de instrumentos pocas semanas después ha certificado la muerte definitiva de un observatorio que no se merecía un final tan indigno. Ahora solo queda esperar su demolición y desmantelamiento.

La NASA y la NSF se han apresurado a aclarar que la desaparición del mítico observatorio no tendrá prácticamente ningún impacto en la radioastronomía, pues ya existen otras instalaciones con mejor cobertura del cielo. La antena de Arecibo estaba fija y solo podía acceder a una zona del cielo correspondiente a un cono de visibilidad de 40º alrededor del zenit local. Otras antenas repartidas por el mundo son más pequeñas, pero pueden moverse y, por tanto, son capaces de observar toda la bóveda celeste y de seguir a sus objetivos por el cielo, compensando la rotación de la Tierra. Y, efectivamente, esto es cierto. Sin embargo, hoy en día la verdadera ventaja de Arecibo no era su papel como radiotelescopio, sino su papel como antena de radar, un «superpoder» que le permitía estudiar todo tipo de objetos del sistema solar, especialmente los asteroides cercanos a la Tierra (el observatorio no descubría nuevos asteroides, pero sí podía refinar sus órbitas con una gran precisión). La comunidad astronómica sí que echará de menos los 25 teravatios de potencia radiada aparente del radar de Arecibo. Ciertamente, hay otras antenas que cumplen la misma función, como las situadas en Goldstone o el famoso VLA —que también salía en Contact y, además, en 2010: Odisea Dos—, pero no hay muchas instalaciones de este tipo en el mundo y, además, Arecibo tenía la ventaja de poder llegar más lejos que todas ellas gracias a su potencia. No nos engañemos, la pérdida de Arecibo es un duro golpe para esta rama de la astronomía.

No deja de ser simbólico que la desaparición de Arecibo tenga lugar pocos meses después de que haya sido declarado operacional el radiotelescopio chino FAST (Five-hundred-meter Aperture Spherical radio Telescope), también conocido como «el Ojo Celestial». Al igual que Arecibo, FAST es una antena fija construida aprovechando el terreno, pero gracias sus 500 metros de diámetro, supera con creces el tamaño de Arecibo (aunque por el momento solo puede aprovechar una apertura efectiva de 300 metros en un momento dado). FAST es, por ahora, solo un radiotelescopio y carece de la capacidad de explorar el sistema solar mediante radar, a pesar de que se espera que en el futuro se instalen instrumentos de este tipo. En cualquier caso, es difícil escapar a la paradoja de la situación: mientras en un país se permite que un observatorio gigante se deteriore hasta que quede en estado de ruina y sea presa fácil de las inclemencias meteorológicas, en otro se construye una nueva antena muy similar, pero mucho más grande. Otro signo de los tiempos es que la NASA esté discutiendo un posible reemplazo de Arecibo… con los militares estadounidenses. No en vano, la Space Force tiene un gran interés en controlar el espacio cislunar mediante un radar espacial muy potente.

Los observatorios no son catedrales, aunque a veces se haga esa analogía. Son instalaciones prácticas dedicadas a un fin muy concreto: hacer ciencia. A veces quedan obsoletos y son sustituidos. Y, aunque para las personas que hayan dedicado su vida a ellos sea una gran pérdida, en el gran esquema de las cosas no pasa nada. Pero la pérdida de Arecibo no se debe a que haya sido sustituido por otro observatorio con mejores características, ni es producto de un accidente. La desidia y la falta de mantenimiento han sido las responsables de que la humanidad ya no disponga de una instalación, que si bien no era única, sí era clave para la exploración del sistema solar.

Para mí, Arecibo siempre será el lugar donde nuestra especie envío de forma consciente y planificada su primer mensaje interestelar con el objetivo de comunicarse con otros seres inteligentes. El 16 de noviembre de 1974, el observatorio de Arecibo emitió una señal que contenía un mensaje que había sido creado por un equipo liderado por Frank Drake y en el que también había participado Carl Sagan. El mensaje, dirigido al cúmulo globular M13, llegará a su destino dentro de 25 000 años. Como los mensajes de las sondas Pioneer o Voyager, en los que también participaron Sagan y Drake, la señal era más un mensaje destinado a nosotros mismos que a otra especie inteligente. Frente a un mundo dividido por fronteras arbitrarias y repleto de conflictos que amenazaban con acabar con nuestra civilización, la señal dejaba claro que todos los seres humanos, independientemente de nuestro país de origen, edad u orientación política, éramos iguales: unos pequeños seres muy curiosos basados en el carbono y con ADN como material genético. Al final del mensaje, justo bajo la figura que representaba a un ser humano, estaba la silueta del observatorio de Arecibo, una forma de indicar a los hipotéticos alienígenas que pudiesen recibirlo que los autores eran seres tecnológicos con la capacidad de construir una enorme antena para comunicarse a miles de años luz con otros seres inteligentes. Hoy, esa antena símbolo de la humanidad ya no está con nosotros, pero la señal que emitió hace 46 años continuará infatigable por el espacio interestelar mucho después de que todos hayamos desaparecido.