Orión: la nave imposible

Por Daniel Marín, el 14 octubre, 2010. Categoría(s): Astronáutica • NASA • sondasesp • Viajar a la Luna ✎ 71

(No, esta no es una entrada sobre la última nave de la NASA, sino sobre algo mucho más GRANDE)

Estamos acostumbrados a escuchar que los viajes interplanetarios son caros, complejos y que además requieren mucho tiempo. Sabemos que una misión tripulada a Marte llevaría más de un año, puede que tres. Pero, ¿y si no fuera cierto? ¿Y si te dijera que podemos alcanzar el planeta rojo en un mes?¿O que somos capaces de mandar a Júpiter una nave con veinte personas? Y todo esto usando tecnología de hace cuatro décadas. Parece imposible, pero en realidad es muy sencillo: sólo necesitas mil bombas nucleares de baja potencia.

Orión y el atolón tropical

En 1957 un heterogéneo grupo de ingenieros y científicos se reunió en San Diego, California, para trabajar en un proyecto secreto. Su objetivo era diseñar un vehículo espacial que pudiese viajar a cualquier lugar del Sistema Solar en cuestión de días o meses. Eran otros tiempos, cuando se pensaba a lo grande y la Guerra Fría estaba en su apogeo. El proyecto recibiría el nombre de Orión, como la famosa constelación del cazador. De haber tenido éxito, Orión nos habría abierto las puertas del Sistema Solar.

Orión se diferenciaba del resto de cohetes porque no emplearía combustibles químicos convencionales. Se impulsaría mediante armas nucleares que explotarían detrás de la nave, acelerándola hasta alcanzar increíbles velocidades en muy poco tiempo. Sí, has leído bien, armas nucleares. Pero, ¿cómo es posible que una nave utilice explosiones atómicas para moverse? Esto es imposible, puede pensar uno, ¿acaso no resultaría destruida inmediatamente?

Una nave que viaja mediante explosiones nucleares, ¿imposible? (NASA).

Para encontrar la respuesta a estas cuestiones tenemos que viajar hasta Eniwetok, un remoto atolón de las Islas Marshall. En este paradisíaco entorno, los Estados Unidos realizaron entre 1948 y 1958 numerosas pruebas nucleares en superficie. Además de ocasionar un grave daño al medioambiente y a los eniwoketienses, durante estas pruebas se realizaron todo tipo de experimentos. En junio de 1956, durante una prueba apodada “Inca”, un físico llamado Lew Allen tuvo la ocurrencia de suspender a diez metros de altura sobre el artefacto nuclear dos esferas huecas de metal. Las esferas, del tamaño de una sandía, estaban recubiertas por una fina capa de grafito.

La explosión tuvo una potencia de “sólo” 15,2 kilotones (kT) -más o menos equivalente a la bomba atómica de Hiroshima-, más que suficiente para vaporizar los cables de suspensión de las esferas. Uno podría pensar que las esferas metálicas corrieron la misma suerte, pero no fue así. Las encontraron a unos kilómetros de la “zona cero” en perfecto estado. Sólo habían perdido 0,1 milímetros de su capa externa de grafito por efecto de la ablación. Las esferas habían cabalgado a lomos de la onda de choque de la explosión como un surfero sobre una ola. Aún más sorprendente fue comprobar que el interior se encontraba intacto. El concepto de la “nave imposible” había nacido.

Ulam y el pulso nuclear

En realidad, usar explosiones para mover un vehículo no era una idea nueva. Ya a finales del siglo XIX, Hermann Ganswindt y R.B. Gostkowski propusieron utilizar explosivos para mover todo tipo de ingenios. Pero sería durante la Segunda Guerra Mundial cuando haría su aparición el artefacto explosivo definitivo: el arma atómica de fisión. También sería en el periodo de la posguerra cuando los avances en el diseño de misiles permitirían soñar con los viajes espaciales.

El verdadero padre del concepto de propulsión mediante explosiones nucleares -o pulso nuclear– sería Stanislaw Ulam. En 1944, este joven matemático de origen polaco trabajaba en el laboratorio de Los Álamos, Nuevo México, como parte del Proyecto Manhattan. Al igual que muchos otros científicos, la investigación de Ulam en Los Álamos se centraba en el desarrollo de la primera bomba atómica. Con el tiempo, Ulam se convertiría en toda una eminencia en este destructivo campo del conocimiento humano. De hecho, sería uno de los creadores del famoso diseño Teller-Ulam para las armas termonucleares por etapas, más conocidas como armas de fisión-fusión o “bombas de hidrógeno”.

Stanislav Ulam (atomicarchive.com).

Pero además de idear armas de destrucción masiva, el joven Stanislav calculó que la tremenda energía de una explosión nuclear se podía usar para propulsar algún tipo de nave espacial. En 1946, sólo un año después de la vaporización de Hiroshima y Nagasaki, Ulam concibió junto con un colega del Proyecto Manhattan -Frederic de Hoffmann- el primer concepto de propulsión por pulso nuclear. Esta idea sería refinada al año siguiente por F. Reines y el propio Ulam. Durante las pruebas de explosiones nucleares, Ulam pudo comprobar que algunos elementos metálicos sobrevivían a la explosión más o menos intactos gracias al mecanismo de ablación. Si una nave estuviera equipada con una placa metálica plana que reflejase la energía de la explosión, quizás podría moverse a velocidades enormes usando explosiones atómicas.

Este concepto presentaba un obstáculo evidente, y es que más de la mitad de la energía de la explosión se perdía en el espacio. Sólo una pequeña parte de la onda de choque interceptaría la placa de propulsión. Parecía más eficiente, aunque más complejo, contener la explosión en una “cámara de combustión” nuclear y aprovechar así casi toda la energía. A mediados de los años 50, la compañía Martin diseñó una nave de este tipo, pero las ventajas frente a los cohetes químicos que por entonces se estaban construyendo eran mínimas. Pese a estos inconvenientes, Dandridge Cole -un ingeniero de Martin- mejoraría el diseño original entre 1959 y 1961 introduciendo el empleo de agua como refrigerante y propelente. El laboratorio Lawrence Livermore idearía una nave muy similar con el nombre de Proyecto Helios.

Aldebarán: la «nave-monstruo». Un concepto fantástico basado ligeramente en los estudios de Cole (fuente).
Uno de los conceptos de la empresa Martin, similares al Proyecto Helios. Nótese la «tobera nuclear» para soportar las explosiones (fuente).
Diferencia entre los dos conceptos de pulso nuclear: externo (Orión, arriba) e interno (Helios) (NASA).

Pero Ulam no se rindió. Estaba convencido de que el fuego nuclear podría llevarnos a las estrellas y de la superioridad de su concepto. En 1955 presentó junto con Cornelius Everett una versión refinada de su proyecto original de pulso nuclear. Este proyecto apareció en un documento -todavía clasificado- donde usaba los resultados de las pruebas de Eniwetok para demostrar las ventajas de su diseño. Según sus cálculos, el concepto de placa impulsora sería mucho más eficiente que el de cámara de combustión y, por supuesto, muy superior a los cohetes químicos convencionales. Como resultado, propuso una nave de doce toneladas con una placa de diez metros de diámetro que podría viajar por todo el Sistema Solar. Para moverse, esta nave necesitaría entre 30 y 100 artefactos nucleares de “baja” potencia. El plasma formado por los restos vaporizados de la bomba sería interceptado por la placa, la cual transmitiría el empuje al vehículo mediante unos amortiguadores. La placa estaría formada por varios discos desechables que funcionarían como propelente. La parte más compleja era despegar desde la superficie terrestre usando explosiones nucleares, pero Ulam creía que era posible. En 1959  patentarían en el Reino Unido una versión mejorada del vehículo.

Los sistemas de propulsión se clasifican usando dos parámetros principales, el empuje y el impulso específico. El empuje es un parámetro fácil de comprender, no es más que la fuerza que desarrolla el motor. Obviamente, el empuje generado por una explosión nuclear sería tremendo. El impulso específico (Isp) es un concepto un poco más complejo, pero lo podemos considerar como una medida de la eficiencia de un sistema de propulsión. Cuanto mayor sea el Isp -que se suele medir en segundos-, mayor será la carga útil o la velocidad que puede alcanzar la nave. Los motores cohete de propulsión química más eficientes -como es el caso de los SSME del transbordador espacial- tienen un Isp de unos 430 segundos. Los motores que emplean propulsión nuclear térmica podrían alcanzar un Isp de unos mil segundos. Orión prometía llegar a diez mil segundos, quizás hasta un millón. Pero quedaban muchas incógnitas por resolver: ¿serían capaces de aguantar los amortiguadores las brutales sacudidas de las explosiones (superiores a 1000 g)?, ¿no se desgastaría la placa propulsiva?¿Y qué pasaba con la radiación?  Desgraciadamente, Ulam no pudo contestar a estas preguntas. Aunque era un genio, estaba claro que él sólo no podía diseñar un vehículo tan complejo.

Concepto original de la Orión: una gran nave despega usando armas nucleares (NASA).

Domando el fuego de Prometeo

A partir de 1957, decenas de ingenieros y científicos fueron “reclutados” por Theodore Taylor para el Proyecto Orión. Taylor era físico y había participado en el diseño de armas nucleares en el laboratorio de Los Álamos. También fue el encargado de darle el nombre al proyecto, nombre que escogió de forma totalmente aleatoria. El equipo trabajaría formalmente para General Atomic, una división de General Dynamics. General Atomic había sido fundada en 1955 por Frederic de Hoffmann, el antiguo compañero de Ulam en el Proyecto Мanhattan, con el fin de investigar las aplicaciones civiles de la energía atómica, tan de moda por aquella época. El equipo de Taylor estaba formado por muchos jóvenes brillantes, entre los que destacaba Freeman Dyson, un investigador que había trabajado en el Proyecto Helios y que sería el principal defensor de Orión durante las siguientes décadas.

Freeman Dyson, el defensor de Orión (NASA).

Pero en octubre de 1957 el mundo cambiaría para siempre. La Unión Soviética había puesto en órbita una pequeña esfera metálica, inaugurando así la era espacial. El Sputnik cambió las reglas de juego. Viajar al espacio ya no era una fantasía, sino un imperativo. Como consecuencia, Orión pronto recibió la atención de los militares. Ya en julio de 1959 el proyecto pasaría a estar controlado por la agencia militar de proyectos avanzados ARPA. El equipo creció hasta los cuarenta miembros, con Hoffmann como encargado principal. No obstante, pasado el entusiasmo inicial, el Pentágono llegó a la conclusión de que Orión era un proyecto demasiado fantasioso, por lo que renunció a su control. A finales de 1959 la Fuerza Aérea (USAF) se haría cargo del programa, aunque con la condición de encontrar aplicaciones militares que justificasen el gasto.

Pero Orión no parecía tener ninguna aplicación militar interesante, así que a partir de 1961, el secretario de defensa de la administración Kennedy -Robert Mcnamara- rechazó financiar el Proyecto Orión como cualquier cosa que no fuese un mero estudio de viabilidad. Sólo quedaba la NASA como única opción de financiación. La agencia espacial mostró un interés moderado en el proyecto. Orión podría revolucionar los viajes espaciales, sí, pero también suponía una amenaza al recién nacido Programa Apolo. Prácticamente la totalidad de los detalles del Proyecto Orión que se han desclasificado pertenecen al periodo 1963-1965, cuando el programa estuvo controlado por la NASA.

Para 1965, el año que el proyecto fue oficialmente cancelado, el equipo de la Orión, repudiado por todas las agencias estatales, había conseguido lo inimaginable. Los chicos de Taylor y Dyson demostraron que, en principio, se podían superar los problemas iniciales que habían asediado el diseño de Ulam. Aunque parezca increíble, la nave de pulso nuclear era viable. La efectividad del diseño dependía del tamaño de las bombas de fisión empleadas, lo que a su vez dictaba el tamaño de la placa. Se crearon dos versiones de estudio, una con una placa de diez metros de diámetro y otra de veinte metros. La primera podría servir para viajes a la Luna o a Marte, mientras que la segunda hubiera permitido alcanzar Saturno antes de 1980.

La primera misión del equipo de Taylor fue demostrar que el concepto de Ulam era el diseño óptimo. Se estudiaron otras configuraciones con placas hemisféricas o con otras formas. También se analizaron diseños que empleaban los productos de la ablación de la placa como propelente, aunque se consideraron demasiado ineficientes. Sin embargo, existen informes de otros equipos de diseño, especialmente en la compañía Douglas, que se interesaron por estos conceptos. Los ingenieros de Orión fueron un paso más allá del concepto de Ulam y prescindieron del engorroso diseño original con varios discos, demostrando que se podía contener todo el propelente en las bombas.

Nave de pulso nuclear estudiada por Douglas. Los productos de la ablación de la placa metálica (de forma hemisférica) funcionan como propelente. Se trata de un diseño altamente ineficiente (fuente).

Orión emplearía centenares de bombas de fisión de 0,1 kT ó 10 kT: cuanto menor fuese la potencia, mayor tendría que ser la frecuencia de las explosiones (una explosión cada diez segundos para las bombas más potentes o una por segundo en el primer caso). Al incrementar la potencia de la bomba, más eficiente sería el vehículo, por lo que en fases posteriores se sugirió usar bombas de 20-40 kT, aunque en este caso también aumentaban peligrosamente las dosis de radiación absorbidas por la tripulación. Las bombas se denominaban “unidades de propulsión” y estaban optimizadas para dirigir la energía de la explosión hacia la placa. Se deslizarían a través de un agujero y explotarían a más de 60 metros de distancia. Estarían rellenas de plástico (polietileno o poliestireno) para maximizar la onda de choque contra la placa. El plástico absorbe neutrones, rayos X y rayos gamma resultantes de la fisión, rompiéndose en átomos de hidrógeno y carbono que adquieren gran velocidad, aumentando así la eficiencia propulsiva. De hecho, este material se usa en el interior de las bombas de fusión para canalizar la radiación entre las etapas primaria y secundaria. En versiones posteriores se decidió sustituir el polietileno por óxido de berilio, un material más denso. Las bombas incluían además un relleno de «propelente», que podría ser tungsteno o cualquier otro material (se llegó a sugerir el uso de hielo marciano para esta función). Sin el plástico y el propelente, la bomba tendría muy poca capacidad para impulsar la nave en el vacío. La unidad estaba rodeada por una cubierta de uranio para dirigir la radiación de la explosión hacia el relleno y el tungsteno. En cualquier caso, el diseño exacto de las unidades de propulsión y de muchos de sus parámetros sigue siendo alto secreto.

«Unidad de propulsión» de la Orión: una bomba de fisión de baja potencia diseñada para dirigir la mayor parte de la energía de la explosión hacia la placa. Nótese que el dispositivo nuclear propiamente dicho aparece «censurado» (NASA).
Cálculo de la relación coste-empuje de las bombas (NASA).
Impulso específico en función del tamaño de la placa propulsora según estimaciones conservadoras (NASA).
Las unidades de propulsión explotarían a unos 60 m (NASA).
Detalle de la placa, el sistema de despliegue de las bombas, el sistema de amortiguadores y los almacenes con las unidades de propulsión (NASA).
La aceleración sufrida por la tripulación podría mantenerse dentro de los márgenes de seguridad gracias a los amortiguadores, incluso en el caso de que alguna bomba fallase al detonar (misfire condition). Sería un viaje movidito, pero las fases impulsivas no durarían mucho tiempo (unas horas nada más) (NASA).

La placa propulsiva tendría que soportar temperaturas de entre 15000 y 30000 K -la superficie del Sol está a 6000 K-, aunque sólo durante tres milésimas de segundo, lo que permitiría que se pudiese fabricar con aleaciones convencionales de acero o aluminio. Igualmente, el pulso de rayos X proveniente de la explosión sólo duraría unos nanosegundos. Gracias a un ingenioso sistema de varios amortiguadores en serie, se podría limitar la aceleración sufrida por la tripulación a menos de 1-2 g. Opcionalmente, la placa podría “regarse” con una capa de aceite entre explosión y explosión para mitigar la ablación en el metal. El equipo de la Orión desarrolló varios prototipos -denominados gráficamente como “Putt-Putt” o “Hot Rod”- que empleaban explosivos convencionales y que demostraron la viabilidad del concepto básico. También parece que usaron datos obtenidos en pruebas nucleares reales, aunque esta parte del proyecto permanece clasificada. El Isp de una nave Orión operacional podría alcanzar los 1800-3000 segundos. No era una cifra asombrosa, pero sí realista y muy superior a la de cualquier cohete químico o nuclear. Por otro lado, los miembros del equipo se mostraban seguros de poder alcanzar diez mil segundos de Isp al cabo de unos pocos años.

Pruebas de uno de los vehículos Orión a escala con explosivos convencionales (NASA).

La Orión original era un vehículo monstruoso de diez mil toneladas que parecía sacado de un cómic pulp de los años 50. Emplearía una «pequeña» explosión de 0,1 kT para elevarse desde el suelo hasta varios cientos de metros de altura, momento en el cual detonaría otra bomba, ligeramente más potente. Así hasta alcanzar la órbita terrestre. El equipo de la Orión calculó que de este modo se eliminaban los riesgos de pulso electromagnético nuclear y de contaminación radiactiva en la atmósfera, aunque hay que tener en cuenta que estamos hablando de los estándares de finales de los años 50. Evidentemente, esta opción era política y medioambientalmente inaceptable. Por lo tanto, en los estudios de la NASA y posteriores, Orión se suele presentar como un vehículo más pequeño que se ensamblaría en órbita baja usando cohetes químicos convencionales como el Saturno V. También se estudiaron sistemas híbridos, en los que la primera etapa era un cohete convencional que se usaba para elevar la nave por encima de la atmósfera antes de iniciar la fase de propulsión nuclear.

Concepto original de la Orión ¿Por qué el tubo de las unidades de propulsión era tan largo en esta versión? (1962) (fuente).
Una Orión original despegando desde el suelo (fuente).
La versión de la NASA (derecha), era la más conservadora (fuente).
Nave Orión de la USAF (fuente).
Instalación propuesta para probar el sistema de propulsión en tierra (NASA).

Diseño final de la Orión de la NASA en 1965 (NASA).
La radiación recibida por la tripulación no sería excesiva comparada con las fuentes naturales (rayos cósmicos y tormentas solares). La imagen muestra las dosis SIN el blindaje de la nave. Los tiempos de exposición a la radiación de las bombas serían del orden de milisegundos (NASA).

Pero veamos las capacidades de Orión con un ejemplo concreto: la versión pequeña del estudio, con una placa impulsora de diez metros de diámetro, era capaz de mandar a Marte ocho astronautas y cien toneladas de equipamiento en sólo 125 días. Ida y vuelta. Para que nos hagamos una idea, los proyectos actuales estiman que un viaje al planeta rojo requeriría 180 días sólo en el viaje de ida, con una duración total superior al año. La misma nave también sería capaz de poner hasta veinte personas en la superficie lunar. Y eso la versión pequeña. La Orión de veinte metros permitiría realizar un viaje a Júpiter en 900 días, o a Saturno en cinco años. No estamos hablando de estimaciones optimistas, sino del mínimo previsto en el estudio de viabilidad de la NASA. La nave se habría ensamblado en órbita baja mediante tres lanzamientos del Saturno V como mínimo. El compartimento de la tripulación sería intercambiable según el tipo de misión e incluso podrían lanzarse misiones de carga no tripuladas. Todo ello, no lo olvidemos, usando tecnología disponible a finales de los años 60.

Nave Orión de 10 m de diámetro para una misión a Marte (NASA).
Comparación entre la versión de 10 m y la de 20 m (NASA).
Opciones para la exploración de Venus y Marte con una Orión de 10 m de diámetro (NASA).

Estimaciones para varios viajes a Marte con 8 personas (NASA).
Diversas versiones de naves Orión de 10 m (NASA).
Naves Orión de 20 m de diámetro (NASA).
Para explorar la superficie de otros mundos, Orión incluiría vehículos de propulsión química, como este módulo lunar para veinte personas (NASA).
Orión se ensamblaría en órbita baja mediante el lanzamiento de tres Saturno V (NASA).

Módulo de la tripulación en la versión de 10 m (arriba) y en la de 20 m (NASA).

Detalles de los compartimentos de la tripulación en distintas versiones (NASA).
Dos naves Orión se predisponen a viajar a Marte a finales de los 60 (NASA).
Una versión moderna de la Orión llega a Marte (NASA).

El declive

“Marte en 1965, Saturno en 1970”, decía Dyson cuando se refería a las posibilidades del Proyecto Orión, un proyecto que podría haber revolucionado la Historia, así, con mayúsculas, y cuyo coste estimado era similar al del Programa Apolo. Pero los problemas inherentes al diseño eran demasiado obvios: incluso si las explosiones tenían lugar en el espacio profundo, la seguridad seguía siendo un lastre demasiado importante para el programa ¿Qué pasaría si un Saturno V con mil bombas atómicas sufría un accidente durante el despegue? No se produciría una detonación nuclear, ya que estos artefactos se diseñan a prueba de explosiones, pero la contaminación radiactiva por culpa de los materiales fisibles -uranio y plutonio- superaría todo lo escrito.

Mejor no pensar en algo así (NASA).

En 1963, la URSS y los Estados Unidos firmaron el tratado de prohibición de explosiones nucleares en el espacio, lo que supuso la muerte política de Orión. Aunque la NASA podría haber resucitado el proyecto, no estaba interesada en enfrentarse a las presiones políticas que hubiese supuesto intentar derogar este tratado. Para colmo, los militares no se mostraban precisamente entusiasmados con un proyecto civil que hacía uso de armas nucleares, un diseño que era -y es- alto secreto. De hecho, la mayor parte de los detalles del sistema de propulsión permanecen clasificados hoy en día. Como resumió el propio Dyson, “Orión tuvo el dudoso mérito de enemistar entre sí a todas las agencias gubernamentales”.

Al igual que el Cid, Orión siguió cabalgando después de su muerte. Muchos han seguido mejorando el diseño de forma más o menos profesional. Dyson sugirió a principios de los 70 emplear armas de fusión como unidades de propulsión, ya que son más “limpias” y eficientes en cuanto a la relación material fisible-potencia. Aunque habría que revisar el diseño básico, una Orión termonuclear podría conseguir un Isp superior a los 75000 segundos (!), lo que no sólo permitiría colonizar el Sistema Solar, sino incluso viajar  -lentamente, eso sí- a las estrellas más cercanas. Recientemente se ha propuesto el uso de bombas de fisión “enriquecidas” con antimateria para mejorar la eficiencia del diseño, aunque se trata de una propuesta que supera nuestras capacidades tecnológicas actuales. En los años 80, Carl Sagan declaró que Orión sería el mejor uso que se le podía dar a los miles de armas nucleares que existen sobre nuestro planeta.

No deja de ser paradójico que Orión haya sido relegado a los rincones más oscuros de la historia de la conquista del espacio. En la mayoría de obras dedicadas a los viajes espaciales este proyecto apenas merece una nota a pie de página. Los sistemas de fusión o antimateria reciben toda la atención, mientras que el pulso nuclear se considera una simple extravagancia histórica, tan fuera de lugar hoy en día como Robby el Robot en una convención de modernos robots japoneses. Pero, con todos sus defectos, no podemos olvidar que el pulso nuclear es el único sistema de propulsión avanzado que nos permitiría viajar por todo el Sistema Solar usando tecnología ya existente.

Comparativa entre la aceleración y el impulso específico (Isp) de varios sistemas de propulsión. El pulso nuclear es el que ofrece mejor relación empuje-Isp con tecnología actual (NASA).

Somos una especie exploradora y el espacio nos atrae. Apenas cincuenta años después del inicio de la era espacial hemos visitado todos los planetas del Sistema Solar y nuestros ingenios han aterrizado en varios mundos. Pero, salvo por la honrosa excepción de la estación espacial internacional (ISS) -que orbita incansablemente nuestro planeta a 400 km de altura con tres o seis astronautas en su interior-, ningún ser humano vive fuera de la Tierra. Absolutamente ninguno. No siempre fue así: brevemente, entre 1969 y 1972 doce personas pusieron el pie en otro mundo. Con Orión, la excepción de las misiones Apolo pudo convertirse en rutina. Nos puso el Sistema Solar en bandeja, pero lo rechazamos. Quién sabe, quizás aún estemos a tiempo de cambiar de opinión.

Orión (fuente).

Referencias:



71 Comentarios

  1. el artículo es sencilamente genial, y el blog es una pasada..llevo solo unos días leyendo posts y me gusta mucho tu nivel de profundidad de narración. Me encanta. Ánimos y suerte

  2. Excelente articulo, muy completo. De hecho he llegado aquí porque estoy haciendo una investigación sobre el Proyecto Orión y Daedalus para agregarlos al Orbiter Space Flight Simulator, un simulador REALISTA de naves espaciales.

  3. Yo creo que la razón de que nunca veremos este tipo de naves es la misma que la de por qué no hay Boeing 747 impulsándose mediante explosiones de dinamita. Me explico: de toda la energía que genera una explosión nuclear, ¿Cuanta se transforma en energía cinética útil para mover un propelente en la dirección que nos interesa? no lo sé, pero seguro que es un porcentaje ínfimo, por lo que ya de entrada tendríamos un mecanismo muy ineficiente. Del resto de energía producida, parte se convertiría en un flujo inmenso de neutrones. ¿Podría protejerse a la nave, tripulación incluida, de sus efectos? Aparte de que tanto neutrón podría producir una reacción en cadena en la OTRAS minibombas atómicas almacenadas. Por último, ¿Podría protegerse a los componentes electrónicos de la nave del Pulso Electromagnético producido en una detonación nuclear? Resumiendo, creo que esto sí que sería «matar moscas a cañonazos». ¿Solución? Si hay algo que nunca se debe olvidar es que una vez en órbita NO NECESITAS GRANDES IMPULSOS, SIMPLEMENTE IMPULSOS PEQUEÑOS MANTENIDOS MUCHO TIEMPO. Por tanto, dejemonos de tanta parafernalia y diseñemos un Reactor Nuclear Espacial bien potente, que esté específicamente diseñado para que el mayor porcentaje de energía que genere de forma controlada se invierta en impulsar la máxima masa de propelente por segundo a la máxima velocidad de salida posible. Ya vereis como en unas semanas de propulsión tenue pero continuada tendríamos unas velocidades que nos llevarían a Marte, Jupiter o donde sea en tiempo adecuado para poder hacer misiones tripuladas.

  4. Hay algo que me gustaría preguntar. ¿Sería muy difícil que el proceso de extración, enriquecimiento del uranio, fabricación de las bombas y ensamblaje en las naves se produjese fuera de nuestro planeta?. Todavia no tenemos bases en la Luna ni en mercurio, pero es de suponer que puedan existir yacimientos de uranio en la Luna, y Mercurio tiene una densidad muy alta lo cual puede suponer riqueza en metales pesados.
    Saludos.

  5. Primero me presento, Daniel. Soy un argentino inquieto -intelectualmente hablando- que hace 54 años que habita el planeta Tierra. Desde mi preadolescencia hasta mi temprana adultez fui un lector rabioso de Ciencia Ficción, aunque lo único que mas o menos me ha acercado a la Ciencia misma han sido, de alguna manera, mis años como programador de computadoras (sólo desarrollando sistemas administrativos, nada de mentes artificiales…).
    Hoy soy solo un empleado administrativo que ha dejado atrás 20 años de programar como un esclavo (logré hacer mi primer programa en 1978 usando… ¡Tarjetas perforadaas! ¡Ja, ja ja!). Pero sigo siendo un buscador nato, no importa de que, basta que me interese. Paso de interiorizarme sobre lo que es un equisetum japonicum a enterarme del vuelo del EFT-1, el 5 de Diciembre de 2014. Y de allí, buscando «proyecto Orión», llego a tu blog, Daniel.
    Y como soy de filosofar, y a raíz de algunas cosillas que vengo viendo y analizando en internet sobre posibles cuestiones ocultas de los viajes espaciales, se me ocurre pensar, leyendo esta interesante información sobre la «nave imposible», si realmente habrá sido imposible… ¿Qué opina un experto como tú? ¿Nos estaremos comiendo décadas de desinformación como opinan los obsesivos de las teorías de la conspiraciòn? No soy un técnico en nada, sólo un eterno navegador de mi mente, pero, digo, desde el primer alunizaje en 1969, pasando por las misiones posteriores, hasta hoy… ¿Seguimos con los cohetes? ¿La misma tecnología? ¿No volvimos a la Luna? ¿No hay nada en la Luna? ¿Nada, de nada, de nada que sea explotable? ¿No bastaba con un viaje para llegar a la conclusión que sólo estaban trayendo piedritas y que sólo había polvo allí? ¿Siguieron viajando solo para seguir trayendo piedritas? ¿No estará el hombre hace rato ya explotando minerales en el Sistema Solar y quuén sabe que más? Perdona, Daniel, pero mi mente de programador y de eterno niño explorador me traiciona, me hace sentir siempre un poco dubitativo. Siempre curioso y elucubrador. La nave imposible… ¿Te cierra todo, amigo, o sientes, o crees que hay cosas que no encajana?

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Por Daniel Marín, publicado el 14 octubre, 2010
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