¿Se imaginan un satélite de telecomunicaciones de veinte toneladas? Quizás no parezca mucho, pero hay que recordar que la mayoría de satélites de comunicaciones se encuentran en la órbita geoestacionaria (GEO), a 36000 km de la superficie terrestre, por lo que cuesta mucho mandar un objeto hasta ese destino. Es por eso que los satélites más masivos de este tipo no suelen superar las seis toneladas, aunque hayan sido lanzados por un cohete con capacidad para poner en órbita baja (LEO) hasta veinte toneladas.
Pero volvamos a nuestra historia. En la segunda mitad de la década de los ochenta, la compañía NPO Energía buscaba desesperadamente un objetivo para su cohete gigante homónimo, el Energía. El programa del transbordador espacial, hasta ese momento la razón de ser del gran lanzador, languidecía mientras la perestroika de Gorbachov imponía serios recortes económicos a los programas militares. Por ese mismo motivo, la otra posible utilización del cohete -el lanzamiento de estaciones de combate láser como respuesta a la SDI estadounidense- ya no era una opción viable tras finalizar la Guerra Fría. NPO Energía debía reciclarse de cara al nuevo sistema económico del país, cada vez con más elementos capitalistas y, por lo tanto, propuso el uso de su nuevo cohete para lanzar satélites de comunicaciones geoestacionarios. La URSS arrastraba un claro retraso en el empleo de estos satélites, pues debido a las características geográficas del país se había puesto el énfasis en los satélites Mólnia -situados en órbitas altamente elíptica y construidos por la empresa Reshetnyov- para satisfacer la demanda civil de telecomunicaciones. Puesto que en 1988 no existía en el mundo ninguna empresa con experiencia en lanzar satélites geoestacionarios de veinte toneladas, NPO Energía, ni corta ni perezosa, decidió ella misma diseñar el monstruo para ofrecérselo así al gobierno soviético primero y al ruso después. De este modo se mataban dos pájaros de un tiro: se creaba un objetivo para el lanzador Energía y, de paso, la empresa se habría hueco en un suculento mercado acaparado hasta ese momento por otras firmas. Yuri Semenov, el ingeniero jefe de NPO Energía, logró convencer al Ministerio de Maquinaria General (el «ministerio del espacio») primero y al gobierno soviético después de la viabilidad del proyecto. En 1990 NPO Energía decidió que este sistema, cuyo nombre era por entonces Marafón («maratón»), emplearía una Plataforma Espacial Universal (UKP) común que podía usarse en otros vehículos. El 5 de febrero de 1991 se publicó el decreto del presidente de la URSS que autorizaba el desarrollo de un sistema de satélites de comunicaciones gigantes. El sistema fue denominado oficialmente Globis en noviembre de 1992, denominación que sustituyó al nombre de Marafón cuando la empresa Vimpel entró en el proyecto para encargarse del segmento terrestre del programa.
El nuevo super-comsat debía solucionar los problemas de espacio en la órbita geoestacionaria e incluso se llegó a sugerir que cuatro de estos satélites (tres en servicio y uno de reserva) podrían servir para dirigir la mayor parte del tráfico de datos a nivel mundial (era la era pre-Internet, no lo olvidemos). El sistema debía tomar forma en dos etapas: en la primera (1996-1998) se lanzarían dos unidades, lo que permitiría satisfacer una demanda de 100 000 líneas telefónicas, suficiente para varios millones de abonados, así como decenas de canales de televisión. La segunda etapa (1999-2000) vería el lanzamiento de dos unidades adicionales más pesadas y potentes que podrían prestar servicios comerciales a nivel mundial.
Los satélites de la primera etapa tendrían una masa de 13,8 toneladas y unos paneles solares 10 kW de potencia. Su vida útil sería de sólo cinco años, ya que emplearían tecnología tradicional soviética que requería de sistemas presurizados y sus correspondientes aparatos de control de temperatura con partes móviles (ventiladores). Las unidades de la segunda etapa tendrían una vida útil estimada de diez años, casi igual que sus contrapartidas occidentales de la época, una masa de 17,8 toneladas y unos paneles solares de 15 kW.
En verano de 1991, poco antes del intento de golpe de estado que supuso el principio del fin de la URSS, el Consejo de Ministros de la Unión Soviética aprobó la creación de un sistema de comunicaciones entre las repúblicas soviéticas que incluiría el uso de Globis. Varias empresas occidentales, incluida la alemana Bosch Telecom, mostraron su interés en el sistema. Se creó una red de empresas subcontratistas soviéticas para el nuevo proyecto. La desaparición de la URSS a finales de ese mismo año supuso la paralización del sistema por falta de financiación. La experiencia de Globis permitió no obstante que NPO Energía (ahora RKK Energía) desarrollase los proyectos Signal y Yamal, introduciendo a la empresa en el mundo de la construcción de comsats.
Tradicionalmente, los analistas occidentales han criticado el sistema Globis como un proyecto mastodóntico creado con el único fin de satisfacer las necesidades de NPO Energía y permitir la supervivencia de su cohete estrella. Aunque obviamente hay algo de verdad en estas críticas, no debemos olvidar que el sistema fue concebido como un programa estatal de telecomunicaciones de tipo soviético y sólo después (a partir de 1992) se intentaría vender como una iniciativa de corte privado. Desde la óptica de un sistema de economía centralizada como el de la URSS, el sistema Globis era -sobre el papel- perfectamente lógico y viable, al igual que otras constelaciones como los Mólnia o Ekrán, pudiendo haberse convertido en realidad si el país que lo vio nacer no se hubiese derrumbado. Globis permanece hoy en día como un interesante ejercicio de historia alternativa para los analistas actuales: frente al sistema actual -capitalista, obviamente- en el que múltiples empresas compiten en el mercado internacional para lanzar decenas de satélites de comunicaciones al año, Globis ofrecía una alternativa basada en unas pocas naves gigantes bajo control estatal. ¿Veremos algún día algún sistema parecido?
Referencias:
- RKK Energia imeni S.P. Korolyov, Ed. Menonsovpoligraf (Moscú, 1996).
- Proyekt Globis: bit ili ne bit?, Novosti Kosmonavtiki, 19-31 diciembre 1992.
La verdad es que un sistema así hubiera aliviado bastante la congestión actual de la órbita geoestacionaria…
Tal vez en un futuro se decida hacer limpieza de basura espacial de cara a la construcción de plataformas gigantes que podrían encargarse tanto de comunicaciones como de la generación de energía solar en órbita. En fin, quién sabe.
Un saludo!
Sí, descongestionaría GEO pero si uno de esos mastodontes fallara… quizás serían interesantes como soporte de otras constelaciones compuestas de satélites más pequeños, pero como un sistema monolítico único no me convencen, IMHO 🙂
@David
Si para eso hay satélites de reserva que se mantienen en órbita por si uno falla.
Con las constelaciones actuales se hace así, pero en este sistema Daniel menciona que sólo habría uno de reserva. Confiar la mayor parte del tráfico de datos mundial a 4 satélites (dos de ellos con buses presurizados) me parece un poco arriesgado 😉
DarkSapiens y David, tienen razón aunque creo que podria llegarse a un punto intermedio …
Tal vez la cuestión no es crear mega satelites que solo sean del estado, una posibilidad es crear una «plataforma» en GEO en la que se puedan compartir recursos, instalar pequeños satelites como si fueran módulos y que estos accedan a antenas compartidas o propias dentro de la misma plataforma. Cuando la vida util de uno de los modulos acaba, este puede ser ejectado o incluso instalado manualmente tal y como se hace hoy dia con el mantenimiento del Hubble. Quien sabe, tal vez algún dia esos paseos sean rutinarios cada 1-2 años en una misma plataforma.