La aventura de los Godos

Por Daniel Marín, el 12 septiembre, 2004. Categoría(s): Historia • Libros

Mi generación fue de las últimas que se tuvieron que aprender los nombres de los reyes visigodos porque, en realidad, eso era a lo que se reducía la ocupación de Hispania durante más de dos siglos por parte de estas huestes bárbaras: una interminable lista de nombres curiosos y más bien chocantes. Juan Antonio Cebrián ha logrado resumir esta historia y ponerla al día para las nuevas generaciones y para todos aquellos que se habían olvidado de los descendientes de Alarico en un libro bastante entretenido. La única pega que le veo a la obra es que el autor se decanta por una narración muy tradicional, contando la historia de los visigodos en función de sus dirigentes, con lo cual la obra se convierte efectivamente en una gran lista de reyes godos, eso sí, bastante amena.

El Franquismo convirtió a estos ocupantes extranjeros en un referente histórico español gracias a unos mecanismos de razonamiento bastante surrealistas por los cuales se consideraba que, al haber reinado sobre el territorio de la Península Ibérica, eran los fundadores de una especie de proto-España. Esto explica porqué en las crónicas del siglo XX sobre esta época no se menciona mucho a los Suevos, Vándalos (a quienes Andalucía debe su nombre), Bizantinos o a los rebeldes hispanos y/o vascones que desafiaron la autoridad de los reyes de Toledo.

Desgraciadamente nunca se hace hincapié en los que son para mi gusto los temas importantes: ¿cómo vivía exactamente la población hispana esta ocupación?, ¿cómo se produjo la gradual asimilación de las costumbres hispanas, aparte de la religión, por parte de los Godos?, ¿hasta cuándo conservaron su lengua y costumbres?, etc., etc.

Yo me quedo con el rey Wamba, al cual drogaron para que pareciese que su muerte era inminente, y así poder vestirlo con los hábitos propios de la ceremonia goda para facilitar el paso a los cielos del monarca. Como la costumbre impedía reinar a nadie que hubiera vestido dichos hábitos, cuando el pobre hombre se recuperó se vio destronado y enviado a un monasterio para vivir los siete años que le quedaban de vida…



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Por Daniel Marín, publicado el 12 septiembre, 2004
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